Lo venimos sosteniendo desde antes de que estallara la crisis deportiva, que en el Nou Camp siempre emerge cuando el Real Madrid se pasea por Barcelona. Y ahora ya, antes de comenzar el curso, somos legión los que defendemos que la gestión de Josep Maria Bartomeu y su junta directiva es mala de solemnidad.
Es cierto que ahora los integrantes de la junta ya se miran con desdén al presidente y no quieren compartir el desastre colegiadamente. Escucharlos de forma individual es un placer por lo listos que resultan: todos le consideran un gerente de pyme que sólo tiene en su guardia de corps al director general, Òscar Grau; todos le habían avisado, todos están con él (hasta que dejen de estarlo), que es una forma de confirmar que a sus ojos está en entredicho el máximo mandatario blaugrana.
Se le fue de las manos el asunto contractual/fiscal/legal y hoy toda la junta directiva se siente amenazada por lo que pueda pasar con la justicia en los múltiples frentes que el club tiene abiertos y en los que siempre se repite un común denominador: el Barça se equivocó con los fichajes de algunos jugadores menos que con la ingeniería fiscal que sus nefastos servicios jurídicos prepararon.
Por si la falta de gestión de la cantera, la ausencia de un modelo deportivo que había sido santo y seña del club y los errores administrativos y de management deportivo había sido pocos, el tímido Bartomeu subió al Barça a la liza política. No fueron tanto actitudes activas, sino un exceso de pasividad que fue aprovechado por algunos miembros de su directiva para influir a favor del nacionalismo.
A Bartomeu le acompaña una junta directiva que por acción y por omisión es cómplice de todo lo que está aconteciendo
Lo de menos han sido los tres chicharros encajados ante el Madrid. Tampoco es importante que no sepan cómo gastar los 222 millones que les han llovido por el portazo de Neymar. Lo que de verdad atemoriza a la masa social blaugrana, y a los que seguíamos al club por mero deporte y antes de su politización definitiva, no radica en que vuelvan a fichar restos de serie, sino que no existe una solución en el horizonte. Algunos dicen que regresará el nuñismo (aunque quienes hacen ese comentario son soberanistas insatisfechos), pero de momento quienes aguardan como alternativa (Joan Laporta y Agustí Benedito) son peor remedio que la enfermedad en sí.
A Bartomeu se le dio un voto de confianza en las últimas elecciones porque parecía que era la mejor de las malas soluciones que se presentaron para presidir el Barça. Él, que ha perdido a Neymar, que ha roto el modelo deportivo, que suma menos títulos, que se pasa el día entre abogados preparando los procesos abiertos, que ha puesto de los nervios a Qatar, que tiene el don de la inoportunidad en sus manifestaciones públicas titubeantes, no está sólo. Es cierto. Le acompaña una junta directiva que por acción y por omisión es cómplice de todo lo que está aconteciendo, que se esconde en la falta de liderazgo del presidente para conspirar en capillitas, que debe responder de lo que Barto haga, pero también de lo que hizo Rosell y de los negocios que hacían con él. Algún día tocará relacionar a ese grupo de cooperantes y poner sus nombres en caja alta.