Es el sustantivo mágico. En nombre de la patria, los independentistas se cargan una comisión de investigación sobre el exjuez Santi Vidal. Con la misma coartada, Lluís Llach se permite realizar una nueva conferencia en la que reitera las amenazas contra aquellos funcionarios que no cumplan con las leyes que preparan de desconexión (un chiste que circula por la red dice que la sanción a los empleados públicos será escuchar sus canciones repetidamente). El músico de Girona lo largó una vez sin consecuencias y ahora repite desafiante. En nombre del territorio, los convergentes del PDECat pueden votar con el PP la ley de reforma de la estiba si eso garantiza que uno de sus hombres de negocios se haga fuerte al frente del Puerto de Barcelona. La simbiosis entre los intereses propios y los colectivos es ya tan sofisticada que sólo algunos mafiosos nos ganan.
La nueva generación de nacionalistas furibundos tiene menos complejos: con la bandera es suficiente para sobrevivir. A la anterior hornada le costaba más, alternaba el nombre de Cataluña y el de Dios para cometer fechorías. Marta Ferrusola pasará a la historia del país no por poner el césped del Camp Nou y pifiarla, sino por su diligencia con los misales de la parroquia.
Lo mismo le sucede al Barça, que pierde su norte con adhesiones que pretenden ser ejemplos democráticos, pero que no cumple democráticamente con sus socios y peñistas.
La nueva generación de nacionalistas furibundos tiene menos complejos: con la bandera es suficiente para sobrevivir
El clima político y social de este espacio de convivencia se ha pervertido y contaminado hasta un nivel que roza el paroxismo. Todo vale si el sujeto principal es Cataluña, aunque sea su propio desmoronamiento. Ni se respeta el Parlamento para investigar excesos, el mismo que dice contar con suficiente legitimidad para iniciar un proceso de independencia, ni casi ninguna otra institución democrática está libre ya de sospecha si la comandan los soberanistas. Todo al servicio de una quimérica voluntad que tiene en el nombre de Cataluña la más alta justificación. Una bandera, un despropósito, a la postre.
Habrá un momento en el que se hará balance de este periodo. Habrá un día en el que entre frustrados, perplejos y arrepentidos se conformará la verdadera mayoría social del país. Esa será la venganza de la historia, pero como pasó en otras ocasiones, los camaleones estarán preparados para que la veleta de su discurso se oriente al viento que sople en aquel momento.
Mientras, gracias a la desfachatez de una élite dirigente, cada día que transcurre Cataluña se reduce simbólicamente hasta parecer un pequeño objeto suspendido en la nada. Por desgracia, un artefacto no más grande que una urna de cartón. Allí caben todos los complejos y patologías que nos afectan. Malauradament!