Carles Puigdemont fue periodista. Oriol Junqueras, aunque historiador, también ejerció el oficio. Ambos son dos buenos conocedores del poder de la palabra escrita. Los dos saben en su acumulada experiencia cómo enviar un mensaje a un colectivo o destinatario determinado. Esa es la finalidad última de la carta, del artículo que firmaron al alimón en el diario El País para su edición del lunes.
El mensaje tenía, sin embargo, más de un destinatario. Uno, el Partido Popular y el Gobierno de Mariano Rajoy. Otro, sus propias huestes soberanistas, donde la especulación se había disparado con respecto al papel que ejercería el hoy vicepresidente de la Generalitat y líder de ERC. La firma conjunta del artículo quiere señalar a los independentistas que no es cierto que Junqueras se haya colocado de perfil ante los acontecimientos inmediatos que vienen, sino que es solidario con el presidente de aquello que pueda acontecer en el futuro próximo.
Dicho de forma simple, firmará lo que sea necesario y no se esconderá de las consecuencias legales que su actuación pueda tener. Entre sus filas, e incluso entre sus compañeros de viaje, abunda la especie de que Junqueras quiere ser el siguiente presidente autonómico de la Generalitat y que nunca ERC ha tenido tan cerca la posibilidad de ejercer ese poder político de forma directa y sin demasiadas servidumbres y alianzas. Que el poder pasa por delante de la pulsión independentista, vamos.
Pero si el mensaje interno era complejo, el destinado a la corte madrileña era evidente. Más de lo mismo: referéndum o referéndum. Esa fue la frase del jefe del Ejecutivo catalán y el artículo escrito a cuatro manos persevera en esa idea. Sin embargo, el subyacente es otro. Peticiones constantes de que se abra un diálogo que ni Rajoy ni su Gobierno pretende conceder. Los dos dirigentes catalanes apelan al caso escocés, en el que Londres brindó esa oportunidad a Edimburgo. Toman esa referencia para insistir que ellos (unilateralmente les falta decir) ya están sentados a la mesa del diálogo y que quienes no comparecen son justamente los hombres de esa España antigua y zafia que no sabe lo que son los principios de la democracia occidental que tan bien dominan ellos.
Lo que Puigdemont y Junqueras solicitan es que la misma España que critican como algo distinto y lejano a ellos les pueda facilitar un capote con el que torear sus ambiciosos, imposibles y utópicos compromisos con un electorado que quizá algún día también pase factura por todo lo prometido e incumplido
De fondo se oye el runrún que el artículo destila. Lo que Puigdemont y Junqueras solicitan es que la misma España que critican como algo distinto y lejano a ellos les pueda facilitar un capote con el que torear sus ambiciosos, imposibles y utópicos compromisos con un electorado que quizá algún día también pase factura por todo lo prometido e incumplido.
Estos dos grandes malabaristas del lenguaje no esconden en esa carta pública cuán prisioneros son de sus últimos actos. Un párrafo los delata sobremanera: "Pactar la forma de resolver las diferencias políticas siempre une. Las diferencias sólo separan y dividen si no se quiere acordar la forma de resolverlas; las diferencias son consustanciales en la sociedad democrática, no son negativas, hay incluso que tratarlas con delicadeza si se trata de diferencias cuya defensa es más difícil y comprometida". La lástima es que los florentinos espadachines de la palabra sólo vean una forma de resolverlas, que es siempre la suya, amparada por una voluntad popular discutible y unos métodos democráticos, como los usados de forma reciente en el Parlamento catalán, que ponen en entredicho toda la supuesta voluntad de diálogo y, por supuesto, su capacidad para ejercer la política con mayúsculas y no con subterfugios aldeanos.
La misiva es como aquellos recuerdos de la mili. Estábamos locos por licenciarnos y acabar con aquella antigualla del servicio militar, pero se daba la circunstancia de que durante nuestra estancia habíamos hechos algunos amigos y sabía mal separarse. Es un quiero y no puedo, una indecisión perenne, un vol i dol. Una carta con destinatario claro y más mensajes subliminales que explícitos. Y, claro, con un laguna, la frase de cortesía que a Puigdemont y Junqueras les falta: "Deseo que se encuentre bien al recibo de la presente". Se olvidarían, seguramente, porque ellos ahora andan bien jodidos: han perdido la mano en el juego que siempre hicieron gala de poseer y la misiva es una forma de pedirle crédito a la banca.