Hubo reunión. Parecía una quimera hace apenas unos meses, en especial en los tiempos en los que gobernaba Artur Mas, pero los gobiernos de Madrid y de Barcelona se han reunido a alto nivel en la Ciudad Condal. Dos vicepresidentes sentados para hablar de política a orillas del Mediterráneo, toda una novedad.
Lo que debiera ser ordinario se convierte en excepcional cuando la ausencia es cotidiana. El encuentro entre la vicepresidenta española, Soraya Sáenz de Santamaría, y su homólogo catalán, Oriol Junqueras, para tratar sobre las relaciones administrativas y políticas entre ambos gobiernos es un flaco favor para la causa independentista. Sí, uno de los mantras que se repite como el ajo es que Cataluña debe avanzar hacia el Estado propio ante la imposibilidad manifiesta de dialogar con esa España que le hace el vacío o que la ignora en sus reivindicaciones. Discutir, debatir o dialogar, como sucedió ayer, hace un tremendo agujero en la cubierta del navío hacia Ítaca.
No sólo el propio proyecto soberanista se resiente del encuentro entre ambos gobiernos. Incluso la propia coalición gobernante se agrieta. Junts pel Sí fue una argamasa electoral con tanto de estratégico como de sentimental entre sus juntas. Ahora, Soraya ha logrado que algunas costuras de esa coalición de circunstancias salten por los aires.
Discutir, debatir o dialogar, como sucedió ayer, hace un tremendo agujero en la cubierta del navío hacia Ítaca
De entrada, la vicepresidenta dice no al referéndum que propone el presidente y hombre de la antigua Convergència, Carles Puigdemont. De salida, negocia las cuestiones (46 propuestas que se llevaron a Madrid en su día) con el político a priori más radical del Ejecutivo catalán, su vicepresidente Oriol Junqueras. Cambio de papeles: a los moderados convergentes se les chafa el bullicio sobre las urnas mientras que a los posibles futuros ganadores de unas elecciones autonómicas se les reconoce la capacidad para gobernar y asumir acuerdos. Nunca un gesto, sutil y discreto, había dado tanto juego.
Que Junqueras se convierta en el santurrón del diálogo frente a Madrid y que al presidente de la Generalitat sólo se le visualice en el rol de peticionario del referéndum es una inversión de los papeles que no figuraba en el guion del mejor saboteador de la causa soberanista. Nunca sabremos cuánto de esto estaba preparado de antemano o si, por el contrario, a los políticos del PP también les benefició el azar, la frustración y el estado de cansancio creciente de la opinión pública catalana. En todo caso su aprovechamiento es todo un golpe de efecto, que Soraya ha sabido jugar con astucia.