En la arquitectura de la democracia es fundamental la correcta actuación de las instituciones. Son parte decisiva del buen funcionamiento de los poderes y garantía inequívoca para la ciudadanía. En regímenes totalitarios se pervierten hasta convertirse en insignificantes o inoperantes.
Las instituciones deben ser leales entre ellas. Hemos tenido pruebas de lo contrario a porrillo durante los últimos años en España. Por ejemplo, cuando José María Aznar renunció al papel del Estado en Cataluña y entregó a los nacionalistas de CiU todo ese protagonismo. ¡Eran todos tan conservadores y jóvenes! Cuando la respuesta que obtuvo fueron actuaciones contrarias a la propia presencia de las instituciones del Estado central en el territorio (desaires a la Corona, protocolos fuera de lugar, actos contraprogramados y paralelos...) empezó, tímidamente, a hablarse de deslealtad institucional. Que lo fue, dicho sea de paso, y que lo es siempre como materia prima del nacionalismo cuyo objetivo final es independizarse.
Pero la lealtad institucional debe de ser recíproca y viajar en todos los sentidos. Que el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, viaje a Madrid para participar en un foro de debate y explicar las actuaciones de su Gobierno, incluida su hoja de ruta soberanista, es motivo más que suficiente para que algún miembro del Ejecutivo en funciones hubiera tenido la deferencia de escucharle. Es más, de hecho, eso debería suceder también, a menudo, en Barcelona o cualquier otra ciudad española. Un presidente autonómico es un elemento del Estado que nadie debe cuestionar en su papel institucional.
Al soberanismo no se le planta con ninguneos. Es uno de los errores de algunos dirigentes del PP, que siguen sin entender que esas actuaciones son aire fresco para quienes combaten lo que ellos significan
Asistieron algunos representantes del PSOE y diez embajadores de países como Reino Unido, Francia, Bélgica, Dinamarca o Irlanda, entre otros. Pero nadie vino del Gobierno en funciones de Mariano Rajoy, y eso que ahora no están sometidos a una hiperactividad gubernamental. Esa ausencia es tan inadecuada como falta de señorío. Es más, si hubieran asistido representantes de otros poderes, legislativo y judicial, tampoco hubiera sucedido nada.
Al soberanismo no se le planta cara con gestos de ninguneo. Es uno de los grandes errores de algunos dirigentes del PP, que todavía no han comprendido que sus salidas de pata de banco son aire fresco para quienes combaten lo que ellos significan. No son los más listos de la clase, ya lo sé, pero si de verdad creen en valores como la democracia, el diálogo, la transacción y el edificio constitucional del país, deberían ser más hábiles y leales al propio Estado. Darían una lección que sus adversarios no esperan recibir, además de fraguar y consolidar las instituciones que tanto dicen defender.