El hombre más influyente de Cataluña, por encima de cualquier político (y eso a muchos les revienta), es hoy el presidente de la Fundación Bancaria La Caixa. Desde esa silla controla todo el planeta de empresas participadas, entre las que figura la petrolera Repsol; la gasística Gas Natural Fenosa; la de infraestructuras Abertis; la gigantesca Telefónica; además de sus negocios en los seguros (Vidacaixa); la banca (Caixabank); el inmobiliario (Servihabitat), y así un largo rosario de intereses en las finanzas (BPI, Erste Bank...) y otros sectores de actividad económica.
Isidro Fainé Casas es, a sus 74 años, un ejemplo de cómo acumular poder y ejercerlo de manera solvente y sin medias tintas. No es un empresario y esa es una diferencia notable con respecto a muchos de los que se relacionan con él. Su perfil de directivo prevalece en sus actuaciones por encima de cualquier otra consideración. Si hay que tomar una decisión difícil no la rehúye, aunque eso suponga darle alguna mala noticia a un colaborador estrecho. Es lo que le ha sucedido a Juan Rosell, presidente de la CEOE, a quien ha sustituido como consejero de Gas Natural Fenosa y le ofrece un premio de consolación en los órganos de gobierno de otra participada, Vidacaixa. Se lo ha dicho con su voz baja característica, pero de profunda entonación.
Fainé es, a sus 74 años, un ejemplo de cómo acumular poder y ejercerlo de manera solvente y sin medias tintas
Mucho se ha especulado sobre las aspiraciones de uno y otro a la cúpula de la firma gasística. Al final, el banquero estará en la cúspide porque así lo han refrendado también los nuevos socios americanos de GIP, que aceptaron entrar a un determinado precio en el capital si el de Manresa seguía al frente de la compañía. Y, claro, por razones de competencia (y de desencuentro histórico con Antoni Brufau) Fainé se ha visto obligado a ceder la vicepresidencia de Repsol a Antoni Massanell, que respira más ligero desde que esta misma semana el BCE aprobara la candidatura de Jordi Gual a la presidencia de Caixabank y él pudiera regresar al plano anterior de número dos. Por cierto, estos nuevos tecnócratas del banco central en Fráncfort son mucho más lentos y pesados que la vieja guardia del Banco de España.
Rosell aspiraba a retirarse de la política, en forma de patronal española, en una empresa del tamaño de Gas Natural. En eso coincidía con Fainé, que también había expresado en múltiples ocasiones su interés en finiquitar su vida profesional en la compañía energética. ¿Qué tiene esa compañía que despierta tales pasiones? Pues muy probablemente es la multinacional española con sede en Barcelona que tiene mayor presencia internacional y más posibilidades de desarrollo futuro.
El banquero, sin embargo, tiene una asignatura pendiente. Como sucedió con sus antecesores, ahora debe aprobar la de la gobernanza de las empresas que controla
Fainé cuenta sus éxitos como directivo por decenas, y los homenajes y reconocimientos recibidos dan cuenta de ello. El banquero, sin embargo, tiene una asignatura pendiente. Como sucedió con sus antecesores Josep Vilarasau y Ricard Fornesa, ahora debe aprobar la asignatura de la gobernanza de las empresas que controla. A ellos les pasó en su día, ahora ha vuelto a repetirse. El caso más evidente se ha producido en la adaptación a la ley de Caixabank, donde sin cambios en el accionariado el nuevo presidente escogido era foráneo de sus propios órganos de gobierno. Con matices obvios, en Gas Natural ha sucedido algo similar, atenuado si acaso por la incorporación de un nuevo socio. En ambos relevos, las fórmulas escogidas para llevar a cabo los cambios han originado una percepción de improvisación que genera inquietud en los mercados y entre los clientes.
El grupo La Caixa, en el que como un espejo se mira mucha mediana y pequeña empresa, debe ser ejemplar en las prácticas de gobierno corporativo para evitar que se repitan episodios como los vividos, con pocos meses de diferencia, en el banco y la filial. No es sólo un tema de comunicación, como a menudo se tiende a simplificar los problemas de algunas firmas. Haría bien el banquero de Manresa en afinar la puntería en ese sentido y preparar la institución para garantizar la continuidad el día en que toque relevar a alguien de tan brillante olfato empresarial y dimensión humanística como la que representa su presencia. Un tipo todopoderoso como el jefazo del grupo debería tenerlo todo atado y bien atado. Es también una obligación de directivo que aspira a trascender.