Hacer un Rajoy
La amenaza velada de Mariano Rajoy sobre la posibilidad de que vuelva a repetir su actuación posterior al 20D con la investidura solo puede inscribirse en la teatralización de las negociaciones para formar nuevo Gobierno. En ese marco, y repito solo en ese contexto, puede aceptarse una advertencia de ese calado.
Rajoy ha liderado al partido que ha obtenido más votos y representantes parlamentarios en las últimas elecciones generales. Insuficientes para formar un Gobierno del estilo al que nos hemos acostumbrado en las últimas décadas, con unas mayorías sólidas que permitían gobernar con una cierta comodidad. Pero esa lejanía del modelo antiguo no debiera ser óbice para que el PP se aproxime también a la nueva política desde otra perspectiva: el pacto, la transacción, la capacidad de entusiasmar y la obligación de evitar la parálisis de la administración.
La legitimidad que las urnas concedieron a Rajoy es incuestionable, pero que él amague con volver a la balsa del silencio y dedicarse a flotar bajo el sol parlamentario por segunda vez puede pasarle alguna factura. Con una vez basta. Su negativa a la investidura ya ha logrado el rédito electoral que perseguía. Como país fue suficiente para mostrar a la opinión pública que el estado de opinión es tan diverso y plural que se necesitan líderes con capacidad para concitar consensos y no estrategas del pasado con actitudes numantinas.
Ciudadanos favorecerá la investidura de Don Mariano. Ahora, el líder conservador está obligado a obtener otro tipo de apoyos para sacar adelante la gobernación de España en los próximos años. En el resultado del 26J también estaba implícito ese mandato: frenar radicalismos, pero gobernar para todos.
Por eso es de obligada interpretación suponer que Rajoy está metiendo presión a sus adversarios políticos cuando dice que hará otro Rajoy. Pensar lo contrario permite llegar a la conclusión de que se ha vuelto loco, y eso sería un problema enorme para la sociedad española.