España vota que los experimentos políticos se hagan mejor con gaseosa
Muchos españoles han visto en las últimas horas imágenes de ingleses cariacontecidos. Jugaron con fuego, con el pretexto del juego democrático, y se quemaron. Su frustración era absoluta y ni tan siquiera los que promovieron la salida de la Unión Europea se mostraron felices. Todo era un juego de presión entre lobbies, artimañas para encontrar discursos propios y, como no, el populismo nacionalista siempre estaba de por medio aprovechando las circunstancias.
Cuando ayer depositamos el voto en las urnas, llevábamos la lección aprendida. Vótese lo que se quiera, pero ojo con poner el peligro el edificio de convivencia por más que la clase política se tenga merecidas muchas reprimendas. Esa pareció ser la consigna que circundó los cerebros de los españoles, que decidieron que esta vez no votarían sólo en contra, sino que algunos lo harían para proteger el sistema. No se entiende de otra manera que el PP, pese a su necesidad de regeneración, a los ridículos permanentes en materia de corrupción, vuelva a ser el partido más votado y el que más confianza despierta entre los ciudadanos.
Mariano Rajoy es el gran triunfador: su tesis de resistir para vencer se ha demostrado muy eficaz
El riesgo de votar dándole una patada al tiesto es que se rompa. Y tras el ejemplo británico, los españoles han preferido seguir experimentando con gaseosa y dejar las cosas serias para los dos grandes partidos tradicionales. Mariano Rajoy es el gran triunfador de las elecciones: resistir es vencer, su doctrina ha demostrado una eficacia superior al resto de estrategias políticas que competían con él.
Se salva, por la campana, Pedro Sánchez. El líder socialista se jugaba mucho en el envite. Ha frenado la mancha de aceite podemita y puede continuar mostrándose como una alternativa de centroizquierda para la gobernación del país. Siguen existiendo muchos españoles enojados con los políticos, que votan contra ellos en modo protesta y mediante las listas populistas de Unidos Podemos, que igual puede ser comunista, que socialdemocráta o ave protegida del Empordà, depende de la televisión ante la que se expresen.
Pasado el análisis y somatizados los resultados, los dos grandes partidos deberán hacer un nuevo esfuerzo de racionalidad para gobernar. Es el reto de los próximos días, pero sería conveniente que tomaran nota del mensaje implícito de la ciudadanía: el orden prevalece frente al desorden o al cambio súbito. Los experimentos en política no gustan ni son del agrado de la mayoría. El acuerdo se impone.
Las tesis soberanistas no progresan, ni aunque se sobrealimenten por el ministro Fernández Díaz
Dos apuntes adicionales a tener en consideración: en Cataluña los convergentes deben ponerle un monumento a Francesc Homs, que ha conseguido mantener contra viento y marea (y con 1,1 puntos menos de votos) similar número de escaños que en diciembre pasado. Sin embargo, ERC ha tomado ya el relevo a CDC y el liderazgo de las provincias de Lleida y Girona, mientras que la Cataluña más urbana e industrial de Barcelona y Tarragona vota mayoritariamente a Unidos Podemos, aquel espacio donde antaño residió el votante popular del PSC. Y, por supuesto, que tomen nota los independentistas del agotado recorrido de las tesis soberanistas ni cuando están sobrealimentadas por el ministro Jorge Fernández Díaz.
El mismo hartazgo general que causa la corrupción provoca un plus al votante catalán, cansado del famoso procés. De ahí, entre otras cosas, que haya acudido a las urnas en menor cantidad que en otras zona de España. Rajoy, la bestia parda del nacionalismo, ha ganado con autoridad las elecciones en segunda convocatoria. Y los catalanes han preferido que en su nombre se le enfrenten los coletas de En Comú Podem en vez de darle esa confianza a cualquiera de los partidos independentistas. Tomen nota también de eso quienes siguen insistiendo en que el pueblo catalán aboga por una hoja de ruta de ruptura con el resto de España. Es otro experimento muy gaseoso.