Ninguna idea vale una vida
Uno de los lastres que arrastró siempre el nacionalismo vasco consistía en que en el nombre del pueblo que decía representar se practicaba el terrorismo. Hoy hasta quienes lo practicaron, con mayor o menor indignidad personal, dicen que se equivocaron y que “no estaban justificados” los atentados que perpetraba.
La muerte de muchos inocentes no sirvió a la causa de la independencia vasca, pero sí consiguió desprestigiar al conjunto del movimiento por los métodos que en su nombre practicaban los terroristas de ETA.
Tampoco la permanencia o no de Gran Bretaña en la Unión Europea merece una sola gota de sangre derramada. Una sociedad que es incapaz de realizar un debate sosegado y pacífico sobre cualquier cuestión es una comunidad enferma. Cuando le revientan las costuras, como ha sucedido en Leeds con el asesinato a sangre fría de una diputada laborista, sus dirigentes, los líderes de las comunidades políticas, religiosas, económicas o de cualquier otro signo deben sentirse profundamente fracasados porque han dado lugar de manera directa o indirecta a una actuación propia de estados del Tercer Mundo.
Tras estos acontecimientos, con Gran Bretaña me sucede ya como antaño con el País Vasco. Cuando alguien quiere imponer su idea con violencia (en este caso abandonar la UE) prefiero apoyar a la víctima. Así que ojalá que los británicos decidan quedarse en el marco común comunitario, porque además de todo el significado que eso tendrá en términos políticos y económicos para el Viejo Continente supondrá una palmaria demostración de que la violencia jamás ganará al ejercicio democrático en un país o una sociedad avanzada. Ésa es nuestra mayor distinción como civilización.