La zorra que guardaba las gallinas
El encarcelamiento de Miguel Bernad (Manos Limpias) y Luis Pineda (Ausbanc) ha generado conmoción en la opinión pública. Lo que preocupa no es el delito presuntamente cometido. Lo que han hecho es indignante, pero bastante menos que muchos otros ilícitos que se conocen de otro signo y por otros protagonistas. Existe algo peor en su actuación.
Resulta que ambos estaban al frente de entidades de aquellas que generan una cierta seguridad en el sistema, una especie de garantía democrática adicional. Aunque los bancos del país hace años que nos decían a los periodistas que Pineda era un extorsionador ninguno de ellos se atrevía a denunciarle y, menos aún, a hacer públicas sus sospechas. Pagaban y callaban, una forma habitual de resolver las cosas en España.
Los mismos bancos, sin embargo, empezaron a ser más sensibles con respecto a las quejas de los usuarios y consumidores cuando Ausbanc (en primer lugar), Adicae (en segundo) y Facua (a muchas leguas) decidieron que defender intereses de colectivos era una rentable y noble tarea. Que extorsionó a muchos y durante mucho tiempo es hoy un Perogrullo, pero que la banca se empezó a tomar en serio las quejas de los clientes también fue una consecuencia clara de su propia existencia.
El análisis sobre Manos Limpias guarda muchas similitudes. De probarse los hechos denunciados y que afectan a la práctica totalidad de su cúpula, el sindicato debería desaparecer de manera fulminante por dos razones: por defraudar y por hundir la figura de la acusación popular en España. Sin la participación de Manos Limpias con denuncias judiciales en asuntos vinculados a la corrupción, España estaría aún más sucia de lo que está. En muchos casos han conseguido mantener procesos de investigación abiertos por su perseverancia y valentía.
El suyo era el papel que en un país normal podían realizar partidos políticos, sindicatos de clase o asociaciones diversas. Sucede que ninguna de esas entidades tenía libertad de movimientos reales para enfrentarse a la corrupción. Así que la acusación popular quedó, por deserción del resto, en poder de Manos Limpias.
Hoy se abre un enorme vacío y un todavía mayor interrogante sobre qué sucederá en el país si los ciudadanos, usuarios y clientes no podemos confiar en casi nadie para defender nuestros derechos colectivos. Es de utilidad que la sociedad civil genere asociaciones que velen por la mejora democrática, es un beneficio para el conjunto de un país. El problema de Manos Libres y de Ausbanc no es que no resulten necesarias, sino quién las gobernaba: pusimos a la zorra a guardar a las gallinas, sin más.