Llegaron al Ayuntamiento de Barcelona como un huracán que deseaba cambiar todo. La administración local de la capital catalana ha sido, quizá, una de las mejores administradas en décadas. Pero era igual. Ellos eran savia nueva, un aire fresco, una progresía transformadora que iba a mostrar al mundo entero las bondades de gobernar desde la progresía rupturista. Si había que retirar símbolos se retiraban y listo.
Al final, ni Ada Colau ni Gerardo Pisarello están sorprendiendo. O quizá sí, por su bisoñez. Los problemas se les acumulan y muchos de ellos son asuntos que afectan a su electorado sociológico, aquel que estaba harto de votar opciones históricas y prefirieron una vía transformadora, no emponzoñada con antiguas referencias políticas.
Llegó la hora de la verdad y sorprendieron con declaraciones grandilocuentes: esto del top manta lo arreglamos nosotros, hay que dar trabajo, empezar desde abajo, luchar por la igualdad y bla, bla, bla… Cómo iban los trabajadores del Metro y los autobuses de BCN a poner en tela de juicio lo supermegaprogres que son los nuevos rectores de la cosa municipal, pensaron. Aunque media Barcelona trabaje en el sector turístico lo vamos a ordenar y de entrada se acabaron los hoteles…
Pues ni una cosa ni la otra, ni la tercera. Hoy Crónica Global explica dos actuaciones del consistorio barcelonés que ponen en cuestión a los principales dirigentes de Barcelona en Comú. Siguen sin solución los problemas derivados del top manta; además Colau y Pisarello tienen un problema aún mayor del que encontraron al aterrizar en la plaza de Sant Jaume. Pasa lo mismo con el conflicto laboral de los transportes públicos barceloneses: en las puertas del mayor congreso que tiene lugar en Barcelona la amenaza de una huelga que bloquee y colapse la ciudad está sobre la mesa. El video en el que la alcaldesa se enfrenta dialécticamente con los empleados que protestan es más que ilustrativo.
Vamos camino de cumplir un año desde que se celebraron las últimas elecciones municipales. Los progres, más progres que los que hubieron antaño, parecen no tan grandes gestores como se proclamaban. El buenismo, el marketing político parece insuficiente para resolver las verdaderas necesidades de la ciudad. En apenas 10 meses ha quedado demostrado que ser moderno y progre nada tiene que ver con ser un buen gestor de los recursos y los servicios públicos. En el ámbito municipal eso aún es más evidente que en la gran política, donde la tecnocracia oculta muchas carencias.