Menudo lío el formado por las alcaldesas. A Manuela Carmena, la primera edil del Madrid hipotéticamente renovador, se le va de las manos el control de sus colaboradores. Contratan a unos titiriteros cuya capacidad creativa es de tal altura que se les ocurre representar ante niños algunas escenas poco infantiles y donde exhiben unos cartelitos con vivas a ETA. Estaría la alcaldesa ocupada, como su correligionario Pablo Iglesias, escogiendo el modelo más adecuado para presentarse a la gala de los Goya y se despistó, claro.

La coherencia formal les juega malas pasadas. Los reyes del sincorbatismo, de las mangas de camisa, de la supuesta indumentaria del pueblo, se calzan un esmoquin con estilo discutible para codearse con la izquierda caviar española, la que en su día era de la ceja y hoy andan despistados sin saber de quién son. O, mejor, saben que no son cineastas del PP. Vamos, ningún progreso.

Que Pedro Sánchez fuera el más elegante y se dejara la corbata en el armario mientras Iglesias ladeaba su pajarita da muchas pistas sobre qué puede pasar en los próximos tiempos en la política española. De igual manera que la defensa inmediata de los titiriteros realizada por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, sólo responde a un gremialismo del poder mal entendido. Carmena y los suyos se han equivocado usando recursos públicos para pagar una obra como la que ha llevado ante el juez a la compañía y por más que lo intente Colau, la libertad de expresión es otra cosa. Ni sátira ni humor, con algunas cosas no se juega alcaldesas.

No todo vale en los nuevos tiempos. La confusión general es de tal calibre que hay que dirigir la mirada a las cuestiones del estilo para acercarse a la comprensión del fondo de algunas cosas. Las encuestas sobre preferencias de gobernación de los españoles vienen a decir lo de siempre: si no hay otra posibilidad a la vista del resultado electoral, mejor algo centrado que descentrado, preferencias del diario El País al margen.

Las formas, siempre las formas. CDC votó con el PP los planes hidrológicos que afectan a las tierras del Ebro. En los nuevos tiempos están en contra. No se extrañen, antes eran más unionistas ellos que cualquier constitucionalista español y hoy más independentistas que el Carod Rovira de sus buenos tiempos.

Con ese baile de ideas formales en la cabeza a nadie debe extrañar que libertad de expresión y libertinaje se difuminen, como conceptos, en los cerebros saturados de nuestra clase política. Lamentablemente, hay más titiriteros por metro cuadrado en la cosa pública que en los escenarios y las calles del país.