El paso atrás de Mariano Rajoy ha sorprendido. La novedad procede más de quién es su autor que del tacticismo que encierra y en el que parece sumida toda la política española desde hace ya mucho tiempo.

¿Y ahora qué? Es la pregunta del millón de dólares y la que todos, sin excepción, formulamos. ¿Cómo puede formarse un gobierno español en las actuales circunstancias? ¿Cuál será la altura de miras de dirigentes y partidos en esta nueva fase? ¿Cuánto tiempo más puede permanecer un país entero en situación de provisionalidad hasta que resulte perjudicada su economía y su futuro?

Las diferentes respuestas que se plantean son todas ellas pesimistas. El primer escenario que parecía más probable, un pacto por la estabilidad y la reforma con PP, PSOE y C’s, parece ya fuera del tablero. La segunda vía, un acuerdo de izquierdas con PSOE y Podemos más extensiones regionales, también ha entrado en vía muerta por las formas con las que Pablo Iglesias y su equipo han puesto contra las cuerdas al líder socialista Pedro Sánchez. La tercera posibilidad, un acuerdo provisional de cambio, reformas y regeneración (al que se sumaran PSOE, Podemos y C’s) no parece del agrado de nadie.

Los resultados del 20D son los que son y las aritméticas resultan tan complejas que sólo un cambio drástico en los intereses y los rostros de algunos partidos pueden facilitar un acuerdo antes de que sean convocadas nuevas elecciones. No hay apenas estrategias políticas de país, más bien todo pasa por las tácticas individuales de cada formación y, más específicamente, de sus líderes y de los equipos que les acompañan.

Es obvio que ante el actual estado de cosas la receta mejor para la ciudadanía pasaría por unas nuevas elecciones que clarificaran mejor el mapa parlamentario. Esa opción supondría una enorme generosidad de los representantes políticos, que renunciaran a su situación a los pocos días de haberla adquirido. Lo más probable, al igual que sucedió en Cataluña, es que esa opción del adelanto electoral puede quebrarse a última hora por quienes la demoscopia señale como perdedores individuales o colectivos de unas votaciones en clave más útil que las anteriores.