Entretenidos por los pequeños detalles de la actualidad, corremos el riesgo de no ser conscientes de la enorme dimensión de lo que ha pasado en Cataluña estas semanas. El separatismo no solo ha fracasado en sus objetivos políticos, sino que ha acabado enterrando cinco años de procés con un ridículo insoslayable. Se ha producido el hundimiento de su relato en todos los frentes, desde el carácter indoloro para la economía de la intentona secesionista, hasta la creencia en la mediación internacional una vez consumado el 1-O o los reconocimientos diplomáticos que llegarían tras la DUI. Y por si los elementos exógenos del gran fiasco no fueran suficientes, resulta que el Govern separatista no había preparado, se reprocha ahora abiertamente desde la CUP, las estructuras de Estado y los mecanismos de ocupación del territorio para hacer efectiva la unilateralidad tras el nacimiento de la República catalana.

El daño causado por los líderes separatistas a toda la sociedad catalana no tiene parangón en democracia y el engaño a sus votantes ha sido masivo. Sobre el amplio catálogo de mentiras y fracasos habrá que insistir muchas veces antes del 21D para exigir responsabilidades a aquellos dirigentes del procés que vayan a concurrir a las elecciones autonómicas. Muy particularmente a Oriol Junqueras, principal aspirante, según las encuestas, a presidir la Generalitat. Ayer mismo publicó un artículo en La Vanguardia, explicando su labor en estos 21 meses al frente del Departamento de Economía. Pues bien, ahora resulta que la independencia ni nada relacionado con el procés figuraba entre sus objetivos como número dos del Govern. ¡Increíble! La pregunta es si sus electores, no ya los cargos paniaguados de ERC, se lo tendrán en cuenta o le volverán a votar por simple melancolía.

No solo el relato independentista se ha hundido, sino que sus líderes han acabado protagonizando un final vergonzoso que debería enterrar sus carreras políticas para siempre

No solo el relato independentista se ha hundido, sino que sus líderes han acabado protagonizando un final vergonzoso que debería enterrar sus carreras políticas para siempre (a la espera de lo que en algunos casos determine la justicia en cuanto a posibles delitos). La DUI votada secretamente fue un falsete, un intento de dar una pequeña satisfacción a su electorado y al activista de la calle para esconder una derrota incontestable y salvar las evidencias de una división interna muy profunda. Las caras ese día en el Parlament de Puigdemont, Junqueras y Forcadell eran reveladoras del triste engaño. El fin de semana, los miembros cesados del Govern estuvieron básicamente escondidos, mientras los comités de defensa de la república esperaban instrucciones para llevar a cabo la resistencia. Carles Puigdemont difundió el sábado al mediodía una insustancial declaración jugando como siempre a los equívocos. Ahora sabemos que estaba ultimando los preparativos de su "huida" a Bélgica con parte de sus exconsellers.

El lunes a primera hora de la mañana solo Josep Rull, que quiere encabezar la lista por el PDeCAT en competencia con el moderado Santi Vila, se hizo una selfie desde su despacho, al que accedió furtivamente, para abandonarlo rápidamente tras el aviso de los Mossos de que se arriesgaba a sumar otro delito. No hubo ningún acto de desobediencia en la Generalitat, ni sombra alguna de esas multitudes que debían concentrarse ante las puertas de las consejerías para evitar la ejecución material del 155. Y cuando al mediodía del lunes, poco después de hacerse pública la querella de la Fiscalía General del Estado, se dio a conocer la noticia del viaje secreto de Puigdemont en busca de una posible demanda de asilo, el ridículo alcanzó la categoría de esperpento y casi pareció emular esa patética fuga del conseller de Governació Josep Dencàs por las cloacas del Palau de la Generalitat en octubre de 1934.

Puigdemont, con su esperpento, casi pareció emular esa patética fuga del conseller de Governació Josep Dencàs por las cloacas del Palau de la Generalitat en octubre de 1934

Ayer Puigdemont intentó reparar la imagen de bochorno justificando su presencia en Bruselas por razones de seguridad, afirmando que en Cataluña se había instalado el “caos” desde el 1-O tras la actuación “represiva” del Gobierno español, lo que fue visiblemente negado por los periodistas que seguían en directo la rueda de prensa. El cesado president no aclaró si pensaba volver a España y negó que pretendiera pedir asilo político, aunque lo más probable es que lo intente cuando se produzca la orden europea de detención y entrega, pues para eso ha contratado a un abogado belga especialista en la materia. Se presentó encabezando parte de un Govern en el exilio (que dispone de página web usurpando los logos oficiales de la Generalitat y el diseño corporativo), aunque avaló al mismo tiempo la estrategia de los partidos independentistas de presentarse a las elecciones autonómicas convocadas por el Gobierno español para convertirlas en otras plebiscitarias. En su constante huida hacia delante, ahora para eludir la cárcel, son personajes incapaces de recapacitar sobre su insoslayable ridículo.