Reconvertir a Santa Sofía en una mezquita fue algo simbólico y tremendamente mediático que reclamó la atención del mundo cristiano y musulmán al mismo tiempo aunque provocando sentimientos contrarios.

Fue un paso más en el camino que recorre paulatina y persistentemente Erdogan hacia un sui generis islamismo republicano: En el interior, acorralando el laicismo instaurado por Atatürk, y en el exterior, desplegando una hiperactiva carrera hacia la hegemonía regional y el liderazgo islamista.

El  Neo-Otomanismo de Erdogan se nos muestra ya como indisimulado: Turquía ya no duda en intervenir mucho más allá de sus fronteras, amenazar a navíos franceses y burlar el bloqueo europeo sobre Libia; tampoco duda en intervenir donde se le antoje a Erdogan: Somalia, Golfo pérsico, Irak, Siria, Libia, Chipre, Armenia...

Turquía ya se ha anexionado de facto una parte de Siria y ha asimilado a su población. Se mantiene activo en Irak. Anda tras los yacimientos de gas del Mediterráneo Oriental, enfrentándose a Chipre, Grecia, Israel y Egipto. Es cada vez más activo en Somalia --disfrazando su política expansionista bajo la coartada de la ayuda humanitaria-- con el claro objetivo de establecer una base en el entorno de Yibuti para controlar el Golfo de Adén y la entrada al Mar Rojo. Ayuda militarmente a su socio y banquero Qatar y se enfrenta al Reino Saudita y Barein.

Últimamente está interviniendo directamente en el conflicto abierto --entre la cristiana Armenia y el Azerbaiyán musulmán, de etnia túrquica-- en el alto Karavaj. Aquí, además de suministrar armamento a Azerbaiyán, ha desplazado tropas irregulares traídas de Libia y de Siria, además de mercenarios de la empresa contratista turca Sadat.

Por último, el oportunista enfrentamiento con Macron, le ha permitido a Erdogan incendiar Oriente Medio de indignación contra un pretendido laicismo islamofóbico de la República Francesa y llevar a las masas --más ofendidas por las caricaturas del Profeta, que por el degüello de un profesor-- a manifestarse y boicotear los productos franceses en la región.

Este choque contra Macron, le permite a Erdogan subir peldaños hacia el liderazgo islamista a la vez que zarandear a un rival declarado

El alcance que puede suponer el asentamiento de Turquía en Libia debería medirse muy bien desde las cancillerías europeas y calibrar los peligros reales que comportan para Europa. 

Desde Libia, Erdogan, no solo puede tener acceso a ingentes reservas de gas y petróleo, sino que puede sabotear los proyectos de los gaseoductos que buscan una alternativa a su paso por territorio turco. 

También podría influir en el polvorín que supone el Sahel, y,  quizás algo que puede resultar aún peor: el control de los flujos migratorios subsaharianos. Este control se sumaría al que ya ejerce sobre los campos de refugiados procedentes de la guerra de Siria. Tendría a Europa bajo la permanente amenaza de inundarla de inmigrantes

Europa no puede permanecer impasible ante tamaño reto. La paz en el mediterráneo debe ser preservada. No podemos permitir que Libia o Chipre se conviertan en el campo de operaciones para la política expansionista de Erdogan. Libia es nuestro “patio trasero” y debemos guardarlo para proteger a Europa.

Es el momento de la disuasión. Es necesario meter en cintura a Turquía y al autócrata que la dirige, o nos encontraremos metidos de lleno en un grave problema.

Existe un grave peligro por no emplear la disuasión. Sin ella, el camino hacia el conflicto está allanado. Europa debe tomar medidas como las sanciones económicas, boicots, laminación del turismo, apoyo a las fuerzas pro europeas internas, y sobre todo, desplegar toda la potencia militar europea, a modo de disuasión con total determinación, ante la que una potencia media como Turquía no tiene nada que hacer más que replegarse y dejar de representar una amenaza desestabilizadora.