Cuando leí el artículo de Pilar Rahola Nos amb nos en La Vanguardia del día 10 de agosto, me acordé de la noticia del verano pasado, en la que se comentaba que Puigdemont se relajaba con Rahola, Laporta y otros amigos en Cadaqués, comiendo paella y cantando Let it be. La noticia se completó con una fotografía en la que aparecía el president Puigdemont, con vestuario veraniego y sosteniendo una estelada, junto a los demás.

En su último artículo, Rahola habla de carácter inhóspito de la gente de Cadaqués, que a través de siglos de una supervivencia difícil y aislada, forjó un orgulloso sentimiento de pertenencia. Quizás sí, pero hay otras cosas.

Yo también tengo casa en Cadaqués, y de vez en cuando nos reunimos y cantamos Let it be, pero mi casa no es como la de la Rahola. Tampoco mis percepciones ni mis recuerdos son como los de ella. Mi casa no es como las casas que la burguesía de Barcelona y de Girona construía como segunda residencia, contratando arquitectos de renombre y siguiendo estilos novecentistas. Mi casa no tiene jardín ni salones para fiestas. Mi casa tiene tres plantas con dos estancias cada una, como las casas de la verdadera gente de Cadaqués. La baja era para los aperos de la pesca. Mi bisabuela, a la que llamaban "Sa espardenyera" (la alpargatera) porque fue su primer oficio, acabó poniendo una pescadería en la planta baja.

En Cadaqués había ricos muy ricos que pertenecían a la Lliga Regionalista y hacían política en Madrid y Barcelona. Los mismos que facilitaron el golpe de Estado de Primo de Rivera

En la casa de al lado, mi abuelo con otros compañeros pescadores se organizaron en forma de cooperativa para fabricar salazón. Esto significaba hacer la competencia al cacique del pueblo. La fábrica de salazón fue finalmente incendiada por uno de sus secuaces. Porque este es el otro Cadaqués que Rahola no conoce. Es el Cadaqués que describe Eugeni d’Ors cuando describe la vida de la Lídia, y al hacerlo describe al cacique que arruinó su negocio y su vida. Describe al mismo cacique que mandó quemar con total impunidad la fábrica de salazón de la cooperativa de pescadores a la que pertenecía mi bisabuelo, fuego bien alimentado con bidones de gasolina en tiempos en que no había agua corriente. Porque en Cadaqués había ricos muy ricos que pertenecían a la Lliga Regionalista y hacían política en Madrid y Barcelona. Los mismos que facilitaron el golpe de Estado de Primo de Rivera por ver si evitaban en sus fábricas a los obreros revoltosos, los mismos que se enriquecían exportando a tierras de ultramar y explotando a congéneres en su propia tierra. Los mismos que se enriquecieron esquilmando los maravillosos arrecifes de coral de Cadaqués. La mayoría de la gente eran pobres de verdadera hambruna. Mi madre me contaba que quien se opusiera al cacique "havia begut oli" (había bebido aceite) porque estaba condenado de por vida a no poder tener nunca trabajo ni negocio propio. A pesar de esto, mi bisabuelo fundó y dirigió la única revista cultural y crítica que ha existido en Cadaqués, El sol ixent, que al estar escrita en catalán y sufrir censura, le ocasionaba varios días de prisión tras la publicación de algunos números.

Mi abuela fue la primera mujer en Cadaqués que estudió una carrera universitaria y todavía puede encontrarse en la hemeroteca de La Vanguardia una noticia en la que aparece, haciendo un discurso en la plaza de toros La Monumental, junto al president Companys, en un acto de apoyo a la resistencia del pueblo de Madrid. La casa de Cadaqués quedó abandonada y ocupada por el ejército de Franco, durante el exilio familiar, al que estas gentes bien de Cadaqués no tuvieron que ir, ni tampoco sus casas no fueron expuestas al expolio de los vencedores. Pero esto no forma parte de la historia idílica de Cadaqués.

Rahola habla de los "naturales del país" y de los foráneos que desde finales del siglo XIX empezaron a llegar, algunos burgueses de Barcelona y Girona que establecían su segunda residencia en Cadaqués y otros ilustres y ricos, artistas, políticos y hombres de negocios, que se sentían atraídos por la fama de la población. Digamos que Cadaqués ha sido un punto de encuentro de estas élites, lo que les permite realizar negocios en un ambiente distendido.

La gente de verdad de Cadaqués ahora les guardan las casas a las familias burguesas, se las limpian y mantienen, les llevan a dar una vuelta en barca y les preparan la paella y las croquetas

Los que hemos pasado en Cadaqués unas temporadas, recordamos a Francisco Javier de la Rosa, con el que todos en Cadaqués querían sacarse una foto. El mismo conocido por el escándalo del caso KIO, en el que presuntamente se apropió de unos 500 millones de dólares, y por la descapitalización de Grand Tibidabo. Sobre De la Rosa y cinco acusados más pesaba la acusación de apropiación indebida por quedarse con 68 millones de euros entre 1991 y 1994 que acabaron con los ahorros de 10.000 accionistas de Grand Tibidabo, pequeños ahorradores y jubilados. Su padre, Antonio de la Rosa, había sido abogado del Estado y empresario. Con la llegada de la democracia a España se destapó el caso de corrupción más importante del postfranquismo en Cataluña. En el juicio se demostró que Antonio de la Rosa organizó un desfalco al erario público que rondó los 1.230 millones de pesetas. Estuvo en paradero desconocido más de veinte años. Javier de la Rosa, es padre de Gabriela y Javier de la Rosa, imputados en el caso Pujol por haber recibido, junto con Oleguer Pujol, 11,5 millones de euros de comisiones por interceder una operación de compraventa de oficinas del Banco Santander.

Bien, este señor tan bien relacionado, se desplazaba a Cadaqués en helicóptero o a bordo de su yate, el Blue Legend, que le fue embargado cuando se cayó con todo el equipo. Las malas lenguas de Cadaqués hablaban de las juergas que se organizaban en el yate, en las que participaban algunos consellers de la Generalitat. Se le recuerda deambulando por Cadaqués en compañía de Macià Alavedra, capo del sector negocios de Convergència, e imputado por el caso Pretoria. A pesar de tantos amigos amantes de la patria, a nadie le importaba que De la Rosa se resistiese a hablar catalán, si a cambio contribuía generosamente al lucro de sus defensores. Y aunque estuvo en la cárcel, no estuvo mucho tiempo, le absolvieron de las trapisondas de KIO y salió bastante airoso del fraude de Grand Tibidabo. Por eso pudo volver a sus fines de semana de gin-tonics y bocatas en Cadaqués. Por cierto, en ese gran negocio del Tibidabo, a mi madre le esquilmaron todos sus ahorros.

La gente de verdad de Cadaqués ahora no se muere de hambre y gracias al boom turístico no dependen directamente del cacique ni de las familias burguesas para sobrevivir, pero aún les guardan las casas, se las limpian y mantienen, les llevan a dar una vuelta en barca y les preparan la paella y las croquetas. A estos, algunos hasta les reciben con la estelada. Servicio completo para relajarse de verdad.