ERC ha ganado el plebiscito dentro del bloque soberanista. Es la segunda vez en pocos años que Esquerra pierde las elecciones: las perdió en 2017 frente a Ciudadanos y las ha vuelto a perder ahora frente al PSC, pero ha conquistado la hegemonía en el mundo independentista. Ha superado a Junts per Catalunya, la prolongación rupturista de la antigua Convergència. Junqueras ha matado definitivamente a Pujol, la sombra del padre y ha superado a Jordi Sànchez, actual secretario general de JxCat. El independentismo tiene una causa y los demás partidos tienen programas; la causa moviliza, los programas están penalizados por los incumplimientos reiterados de todos. Sin embargo, la causa ha ganado con la abstención más alta de la historia; ha obtenido el respaldo con una participación del 53%(26 puntos menos que en 2017). Podemos concluir, por tanto, que la mitad de la mitad de los ciudadanos catalanes quiere la independencia; es decir, los que han votado independencia rondan solo el 25% de la ciudadanía total con derecho a voto. El separatismo es una minoría social; y es más débil hoy que tras los comicios de 2017.

En el otro lado del tablero, Salvador Illa solo está empezando. Entrará en el Parlament como jefe de la oposición muy reforzado por haber ganado las elecciones, aunque no pueda formar Govern. Tiene ante sí un espacio amplísimo; Illa puede crecer a partir de ahora en dos enormes graneros de votos: el constitucionalismo y la abstención. Recogerá el desencanto de Ciudadanos y PP, y paralelamente negociará el despliegue legislativo paralizado por Torra con el bloque soberanista (“estará en las cosas”, como dice la actual nostalgia orteguiana).

El contrato que vincula a gobernantes y ciudadanos no se reduce a una doctrina inamovible. Entre el populismo y la democracia institucional cabe el balanceo de opiniones que conduce del disenso al consenso. Illa practica este balanceo. El líder del PSC no antepone la España indisoluble frente al derecho a decidir; debate con ambas propuestas como lo que son: aspiraciones. La política catalana exige bajar al fango del debate identitario. Illa lo acepta; en cambio, el constitucionalismo lo rechaza de plano, lo que explica su fracaso en las urnas. Illa no lidera el constitucionalismo, encabeza la oposición en un sentido dialéctico. Su fortaleza es producto de los votos; su debilidad (aparente) es el fruto del rechazo de las fueras soberanistas firmado en un documento en la recta final de los comicios.

¿Qué significó el rechazo en bloque frente a Illa? ¿En qué momento se rompió el pacto silencioso entre ERC y PSC para avanzar hacia un acuerdo transversal? En ambas respuestas interviene el Gobierno de España y su cálculo para mantener el respaldo mayoritario en el Congreso. En plena campaña, cuando los trakings socialistas subían y los republicanos remitían, Junqueras exigió incluir la amnistía y el referéndum en los pactos en marcha entre ERC y PSC. Moncloa, auténtico impulsor de la operación Illa, dijo no; sacrificó, una vez más, al PSC; intercambió la gobernabilidad de España por la gobernabilidad de Cataluña. Sánchez gana a la corta y a la larga porque, como dice Rufián, ERC está en modo negociación con España y no se moverá de sitio en los próximos dos años (sin elecciones y con los fondos de la UE en marcha).

Tras la formación de un Govern ERC-Junts, Illa empezará su andadura. Empezará por economía, desigualdad, sanidad y escuela públicas. Con su victoria del pasado domingo, los socialistas han recuperado una parte de su voto histórico. El PSOE, un partido de granítica formación jacobina, es un correlato federal de la España de las Autonomías, frente a un PP en desbandada a causa de la corrupción y sus malas prácticas en los tribunales y en Interior. En las elecciones generales, con el socialismo en alza, Cataluña aportará 49 diputados de los 350 que tiene en Congreso. Un buen bocado.

El PSC quiere desplegar su programa económico pactado desde la cámara legislativa. Llevará al Parlament un conjunto de desafíos como la fiscalidad verde que aparece en los programa de los republicanos y los comunes; la introducción de figuras impositivas en el ámbito europeo que contribuyan a la transición ecológica o los objetivos de la Agenda 2030, concomitante con el programa de ERC. “Las cosas” de Ortega carcomen por dentro a los poderes-pantalla. Pero tenemos a Illa, el Caballo de Troya.