Faltan diez meses para las próximas elecciones municipales y en el mercado de las apuestas electorales se da bastante por hecho que Ada Colau no volverá a renovar la alcaldía. El clima que se respira en la ciudad es de cambio porque una parte de los que la votaron en 2019 declaran que esta vez no volverán a hacerlo. No es tanto que ya no compartan sus ideas generales sobre el tipo de ciudad que les gustaría, como su forma de proceder, la gestión muchos de los proyectos y los problemas en limpieza, movilidad o seguridad.
Luego está la crítica de los que ya la detestaban desde el primer día, solo que ahora el anticolauismo tiene más eco en la calle. El resultado es que su figura pública está muy cuestionada, erosionada. La valoración de Colau, tanto en los barómetros municipales como en las encuestas, es bastante negativa. Y por eso la opción de los comunes en los sondeos cae en tercera posición, por detrás de ERC y PSC. El sorpasso del socialista Jaume Collboni es sin duda la gran novedad, pues los republicanos ya quedaron primeros en votos en 2019. Entonces Ernest Maragall no pudo levantar la vara de alcalde porque Manuel Valls prefirió apoyar un gobierno municipal sin independentistas.
La noticia ahora que es que, a menos Colau, más Collboni, mientras Maragall se beneficia sobre todo del vacío que deja por ahora Junts tras la marcha de Elsa Artadi. Tanto la encuesta que hace unas semanas publicó Cronica Global como la de este lunes pasado en El Periódico coinciden en este escenario. Un duelo entre Maragall y Collboni, con Colau en tercera posición.
El líder republicano tiene la ventaja del apellido, del recuerdo de su hermano, y también de las siglas de un partido, ERC, que gobierna la Generalitat y que no sufre mucho desgaste. Su mayor hándicap es la edad, pues tendrá 80 años cuando compita por segunda vez y, por tanto, haría un solo un mandato, si es que no renunciase antes para dar el relevo a otra figura más joven. Finalmente, su papel como jefe de la oposición municipal no está teniendo ningún brillo, gastando un tono más bien de abuelo cascarrabias.
En cambio, Collboni aparece como alguien que, sin despertar grandes pasiones, tampoco suscita rechazos. No tiene el nivel de notoriedad pública de Colau ni de Maragall, pero ejerce de primer teniente de alcalde y como responsable de la dinamización económica de la ciudad obtiene buena nota. Su estrategia política siempre ha sido arriesgar poco. Lo vimos en 2017 cuando Colau apoyó el referéndum separatista en Barcelona (aunque entonces ella le hizo el favor de echarlo del gobierno municipal por el apoyo del PSOE al 155), y el año pasado frente al rechazo de la alcaldesa a la ampliación del aeropuerto, que era una razón de peso para haber roto el acuerdo con los comunes. Sin embargo, en este final de trayecto el pragmatismo le puede beneficiar.
Collboni tiene una ventana de oportunidad para conquistar la alcaldía si, por un lado, mantiene compacto el voto socialista de hace cuatro años, crece entre los que entonces apostaron por la figura de Valls y, sobre todo, capta al votante de Colau que ahora desea un cambio al frente del ayuntamiento, pero que no quiere rajar de todo lo que se hecho. En este sentido, el PSC es garantía de municipalismo y de buena gestión en general. El mayor problema para Collboni es la duda que todavía planea sobre su candidatura, ese rumor que desde la dirección del PSC --o la propia Moncloa últimamente-- se piensa en forzar un relevo tres meses antes para poner a alguien con más opciones de victoria. Excepto que ese tapado fuera el propio Salvador Illa, cualquier otro nombre no tiene ningún sentido, sobre todo ahora que las encuestas indican que, a menos Colau, más Collboni. En cualquier caso, en Barcelona hay partido.