Mi amiga Rosa (nombre ficticio) lleva chateando con un compañero de oficina desde que empezó el confinamiento. Antes apenas se conocían --más allá de saludarse en el ascensor o coincidir en alguna reunión--, pero precisamente unos días antes de que la pandemia los obligara a encerrarse cada uno en su casa habían quedado para tomar un café y ambos sintieron algo “especial”.

Ahora, después de cuatro semanas contándose la vida en verso, primero por chat, después por videollamada, Rosa está convencida de que se está enamorando de él y le da un poco de miedo, porque el tipo está casado y vive con su mujer. Tendría que parar, se dice, pero “es que me da vidilla”, se justifica mi amiga, encerrada todo el día en la soledad de su pequeño piso de alquiler en Barcelona. Chatear con su colega de trabajo se ha convertido en su principal distracción y fuente de alegría del día, además de las clases de danza online en el salón o los encuentros fugaces con su vecina en el tejado. La cuestión es que tanto Rosa como él han acabado diciéndose que se gustan y que en cuanto esta pesadilla termine, quedaran para tomar algo.

Tengo otra amiga soltera, Laura (nombre inventado), que también ha decidido dar rienda suelta a sus sentimientos durante el confinamiento. El otro día me comentó que, con la excusa de Sant Jordi, estaba pensando en enviarle un libro a un chico con quién tuvo un par de citas (sin llegar a besarse) antes de tener que aislarse. “¿Crees que es demasiado? ¿Se asustará?”, me preguntó, dudosa. “Neh”, la animé. “Lo importante es que haya ilusión: y a ti te hace ilusión, y a él le hará ilusión”.  

La verdad, no sé si soy la persona más adecuada para dar consejos de este tipo. En cuestiones de hombres suelo ser bastante impulsiva y enseguida muestro todas mis cartas (y por eso todos salen corriendo, ha ha). Sí, soy de las que te escribe poemas de amor por email a la una del mediodía de un lunes, te deja regalos sorpresa en la puerta de casa o envía tu caja de tés favorita a la oficina.

Aunque no se lo dije a Laura, esta semana, precisamente, se me había ocurrido hacer lo mismo que ella: enviarle un libro por sorpresa a mi último ligue, un tipo encantador en quién no he dejado de pensar todos estos días. No solo por culpa de mi mente fantasiosa y cursi, que tiende a montarse películas Disney donde no las hay sin necesidad de estar confinada y aburrida, sino porque me enteré de que mi añorado ligue acaba de perder a un familiar cercano por culpa del maldito virus y pensé que mi regalo sorpresa lo animaría.  

“El miedo a la muerte, la prohibición de contacto, el confinamiento, la soledad, la incertidumbre, la ansiedad, el temor a las consecuencias futuras... Estamos viviendo una auténtica montaña rusa emocional. No es raro que nos dé por replantearnos nuestra existencia y nos preguntemos cosas como “¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Con quién la estoy compartiendo? ¿He tomado decisiones adecuadas?”, me comenta por email Ainoa Espejo, grafóloga y coach de relaciones de Aihop Coaching, cuando le comento mi caso y el de mis amigas. Según Espejo, esta especie de borrachera emocional que estamos viviendo, hace que veamos las cosas de otro modo, “más intenso y quizás distorsionado, exaltando ciertos aspectos que antes no parecían tan relevantes”, añade.

Por un lado, al estar obligados a estar tanto tiempo con nosotros mismos, podemos sentir el impulso de llenar el “incómodo vacío” buscando distracciones fáciles, como ver series de Netflix sin parar, cocinar pasteles o empezar a comer marranadas de forma compulsiva.

Por otro lado, señala Espejo, con tanto tiempo por delante para comerse el coco, es normal que nos pongamos a hacer una re-valoración de las relaciones que tenemos en nuestra vidas y nos demos cuenta de lo importantes que son esas personas para nosotros: un ex, un antiguo amante, un amigo/a, un compañero de oficina del que estabas enamorado sin saberlo...

Sin embargo, alerta la coach madrileña, “no hay que olvidar que esta exaltación de los sentimientos que estamos viviendo puede hacer que nos confundamos y valoremos lo que no es. Y es que quizás no sea tanto ESA persona en concreto, sino nuestra propia necesidad de sentirnos queridos, conectados, aceptados, valorados, incluidos, tenidos en cuenta...”. Sus palabras consiguen que me sienta por aludida: ¿me gusta de verdad mi último ligue o estoy confundida?

La revista americana The Atlantic publicaba esta semana un artículo en el que alertaba de que la situación de confinamiento crea las condiciones óptimas para que surja el llamado “Misattribution of arousal” (Atribución de la excitación) un término psicológico para explicar cuando las personas confunden la estimulación emocional o física por la estimulación romántica o sexual.  

“Estar en una situación de emergencia, o en cualquier situación que te vuelva más emocional, puede llevarte a atribuir esta resultante excitación a otra persona, haciendo que ésta te resulte más atractiva”, explicaba en el artículo Sandra Langeslag, experta en Neurociencia de las emociones de la Universidad de Missouri, en Saint Louis. Por lo tanto, sentirse ansioso o asustado a causa de la pandemia “puede llevar a alguien a confundir sus exaltados sentimientos y dirigirlos hacia alguien que les gusta-- y sentir la necesidad de confesarlos”.

Ainoa Espejo comparte la misma opinión: “Quizás estos días de soledad estén activando el deseo interno de querer a alguien, de tener buenas relaciones y ser feliz. Por eso debemos tener cuidado con dejarnos llevar por este primer impulso, con el querer huir del vacío, del aburrimiento, de la tristeza... y ver en quién estamos proyectando esas ganas de vivir y disfrutar nuestra efímera existencia”, concluye la fundadora de Aihop Coaching.

Por supuesto, voy a tener en cuenta sus palabras. Aunque a veces es difícil mantener el sentido común en esta extraña situación que nos ha tocado vivir. La semana pasada, sin ir más lejos, soñé que me encontraba con mi ex después de mucho tiempo sin verlo. Estaba igual, excepto por la nariz, que tenía mucho más grande, inflada, roja y cubierta de marcas de acné. Entonces le decía: “Ya sabes por qué la tienes así, ¿verdad? Por el alcohol”, mientras le acariciaba las mejillas… con guantes.