La estupidez humana resulta en ocasiones un espectáculo fascinante. En estos momentos, me estoy entreteniendo mucho gracias a un tonto de capirote norteamericano llamado Larz, que dice que es influencer porque le siguen 30.000 cretinos y que está hospitalizado en California por haber lamido un retrete. El chaval había aceptado el Coronavirus challenge patentado por otra influencer de su país, una tal Ava Louise que debe ser más relevante que él, pues la siguen 150.000 imbéciles, y cuyo cerebro privilegiado que alumbró la brillante idea de ponerse a lamer retretes públicos para desafiar al virus (también debe tener más suerte que Larz, pues no me consta que lo haya pillado). Para conseguir más followers y más likes, el memo de Larz se grabó un video lamiendo un retrete y ahora ha grabado otro en el que se le ve en la cama del hospital, donde, incomprensiblemente, está ocupando el sitio de alguien que se lo merece más. No digo que habría que haberle rechazado como paciente, pero yo creo que era suficiente con encerrarle en un baño, donde se podría haber dedicado a lamer el retrete hasta hartarse. Tampoco digo que merezca la muerte, pero la imbecilidad debería tener algún tipo de castigo en estas circunstancias.
Las aventuras de Larz me coinciden con la lectura del último libro de Bret Easton Ellis, White, un interesante ensayo sobre el mundo contemporáneo en el que las redes sociales ocupan un espacio considerable. Pese a que el autor de American psycho incurre en el uso y el abuso de esas redes sociales, sus reflexiones sobre la utilización que les dan los millenials resultan muy pertinentes, aunque muchos de ellos las considerarán propias de un cincuentón rencoroso y cascarrabias.
Ellis ha rebautizado a los millenials como Generation Wuss (Generación Quejica), y culpa a sus padres --es decir, a la gente de su generación-- de haberlos sobreprotegido de tal manera que los han convertido en ofendiditos profesionales a los que todo hace daño, no soportan que se les lleve la contraria en Twitter y Facebook y llevan una seudo vida en las redes sociales, donde se alimentan de likes. Cierto es que también hay gente de la quinta de Ellis y de la mía --le llevo ocho años-- que se comporta de la misma manera, pero el fenómeno alcanza proporciones descomunales entre los jovenzuelos.
Ya hay gente que se ha muerto por acumular likes y aspirar al incremento de followers. Casi cada día, un influencer (o un tonto del culo, que viene a ser lo mismo) se despeña mientras se hacía un selfie al borde de un acantilado o se decapita contra una señal de carretera por sacar medio cuerpo por la ventanilla del coche mientras canta la última de Miley Cyrus. Mueren por un clic en el ordenador, lo cual nos da una idea muy triste de cómo debía ser su vida. Larz es el idiota del momento, pero no será el último, ya que las redes sociales fomentan la proliferación de gente como él; personas que, al no destacar en nada en concreto, buscan la gloria virtual exhibiéndose como monos de feria. Pensemos en el nivel de gente así, que no consigue ni colocarse en un reality show…
Por lo menos, la influencer española Madame de Rosa se ha contagiado al recuperar temporalmente su trabajo de enfermera, lo cual demuestra que hasta entre los exhibicionistas de los retos y los tutoriales hay clases. Lo siento por ella, pues optó por arrimar el hombro cuando se podría haber quedado en casa dando consejitos de belleza a sus seguidores. Y en cuanto a Larz, espero que aprenda algo cuando le den el alta, si es que no la diña por hacer el imbécil. Lo veremos, pues seguirá grabándose en video antes, durante y después de que lo suelten. El problema es que tendrá que buscarse un tema nuevo para seguir llamando la atención. ¿Qué me dices de comprar un capote y ponerte a torear a los coches en la autopista más cercana al hospital, eh, lumbreras?