Hace unos días, apareció en este mismo diario un interesante artículo sobre el suicidio, que, según Albert Camus, es el único tema realmente serio de la existencia. Me llamó la atención que un reciente estudio al respecto hubiese llegado a la conclusión de que el 75% de los que se quitan de en medio son hombres, triplicando la cifra de mujeres que toman tan drástica solución. Las mujeres, por el contrario, superan de largo a los hombres que piden ayuda psiquiátrica: ¿será una expresión del machismo lo de negarse a comentar sus problemas con un especialista de la salud mental, como si fuese algo vergonzoso reconocer que estás deprimido o que hace tiempo que no le ves la gracia a la vida?
Llevo varios días dándole vueltas al asunto y, a falta de respuestas, compartiré con ustedes las reflexiones que me han pasado por la cabeza. Según el citado estudio, la jubilación y las rupturas sentimentales son los dos principales motivos del suicida, aunque conozco a bastantes jubilators felices de disfrutar de todo su tiempo para sus cosas -es obligatorio disponer de esas cosas, claro; es decir, disponer de una cabeza pensante y susceptible a los estímulos intelectuales- y no conozco a nadie que se suicidara tras una catástrofe amorosa. Supongo que tiene que ver con el carácter de cada uno. Si te gustaba mucho tu trabajo y te lo quitan, hay quien no encuentra con qué reemplazarlo. Y si habías depositado unas ilusiones desmesuradas en una mujer, también hay quien no soporta la vida sin ella, momento en que decide matarla, suicidarse o las dos cosas a la vez.
Dicha actitud revela una fe en la existencia admirable, pero letal. La mayoría de los suicidios cometidos por ese motivo se evitaría si el afectado por la desgracia tuviese una visión más lúcida de la existencia. Por regla general -hablo por experiencia, pues me han plantado unas cuantas veces- basta con dejar pasar un lapso razonable de tiempo para que la desgracia se vaya convirtiendo poco a poco en un recuerdo, no muy agradable, pero inofensivo. De lo que deduzco que ciertas dosis de estoicismo son muy útiles en según qué circunstancias. No puedo vivir sin ti es una frase tan bonita como falsa: puede que viva peor, durante un tiempo, pero también es posible que, gracias a que me abandonaste, he podido conocer a una mujer mejor. De la misma manera que no hay que casarse en caliente, cuando más enamorado estás, porque estás obnubilado por ese amor, tampoco deberíamos suicidarnos en caliente, cuando lo que parece un drama insuperable acabará convertido en una anécdota. Eso creo, aunque se me puede acusar de no saber lo que significa amar de verdad: no me defenderé, puede que no sepa.
Tampoco sé tomarme la existencia completamente en serio, algo fundamental para suicidarse. Tal vez si creyera en Dios y en la otra vida…Pero soy de los que nunca se va del cine por mala que sea la película: sé que afuera no hay nada mejor. También parecen saberlo las mujeres, que se suicidan mucho menos que nosotros y piden más ayuda psiquiátrica. Demuestran así ser más sensatas que nosotros, más fatalistas, más capaces de intentar acomodarse a la realidad; no sé si por su capacidad de engendrar, que tal vez las ayude a no abandonar el escenario pensando en los hijos que se quedan en él, o, simplemente, porque han entendido la vida mucho mejor que nosotros. Tal vez por eso algunos hombres las matan: por envidia, por su capacidad de reconstrucción personal, por su fuerza para tirar adelante pase lo que pase. En suma, por no darle a la vida más importancia de la que tiene, aceptándola como es y no como nos gustaría que fuera.