Dice Pedro Sánchez que no le gusta la palabra rearme. Supongo que lo dice para hacerse el pacifista y tratar de convencer a sus socios para que le aprueben sus planes para ese rearme que no es exactamente un rearme. No sé cómo pretende rebautizarlo. ¿Tal vez adecuación a una coyuntura hostil? ¿Quizás refuerzo de la defensa ante la beligerancia de Vladimir Putin?
En cualquier caso, algo hemos progresado desde que Sánchez anunciaba su decisión de suprimir el Ministerio de Defensa si llegaba al poder. Ahora, forzado por la Unión Europea y la OTAN, el hombre se ve obligado a participar en un rearme que, según él, no es exactamente un rearme, aunque a nosotros nos parezca un rearme.
Afortunadamente para él, Yolanda Díaz ya le ha echado un capote afirmando, contra toda lógica, que el dinero a invertir en armamento no se sacará de lo presupuestado para asuntos sociales, lo cual no hay quien se lo crea, ya que el dinero público, aunque no sea de nadie, como todo el mundo sabe, es limitado y si aumentas el gasto en defensa a la fuerza habrá que sustraer los monises de otros departamentos.
Como para Sánchez la realidad es todo aquello que le convenga a Sánchez, era de prever este rearme que no es un rearme y ese gasto que no se sustraerá de otras previsiones económicas. Y si cuela, cuela. Para un tipo tan acostumbrado a mentir, es normal que un rearme no sea exactamente un rearme. Los demás podemos seguir llamándolo así, pues de eso se trata y resulta de lo más razonable si tenemos en cuenta que Putin nos tiene enfilados y que Trump no se muestra dispuesto a seguir protegiéndonos a los europeos, lo cual, mal que nos pese, tiene una cierta lógica, ya que nos hemos columpiado que da gusto con el tema de la defensa, pese a las sutiles advertencias de Joe Biden y Barack Obama, que nos entraron por una oreja y nos salieron por la otra.
Es evidente que cualquier persona decente prefiere invertir en educación y asistencia médica, pero la realidad es la que es y vivimos una época complicada para el pacifismo, a no ser que vivamos en los mundos de Yupi, como Ione Belarra o los inevitables actores que hace unos días se movieron en defensa del pacifismo y se marcaron un manifiesto trufado de buenas e inútiles intenciones que leyó Juan Diego Botto, sospechoso habitual en estas cuestiones.
Es desolador que las voces del pacifismo incurran en los tópicos de siempre a la hora de defender los beneficios del pacifismo. Que si los hospitales. Que si las escuelas. Que si las bibliotecas. ¿Para qué nos servirán si el energúmeno de Vladimir Vladimirovich nos las vuela con sus malditos misiles? Me temo que ha llegado la hora de enseñar los dientes, mal que nos pese. Nos hemos tirado años confiando en que los americanos, como de costumbre, nos sacaran las castañas de fuego. Y ahora resulta que estamos indefensos ante los delirios del nuevo Atila.
La izquierda se queja de que cada día tiene menos votantes, ¿pero cómo no va a ser así si sus representantes siguen yendo con el lirio en la mano y hablando de hospitales, escuelas y bibliotecas? Ya decía el Eclesiastés que hay un tiempo para cada cosa: lo cantaron Pete Seeger y los Byrds. Y ahora nos toca plantarle cara a un dictador (o dos, si contamos al Hombre Anaranjado; o tres, si incluimos a Elon Musk, ese tipo que dice que la Seguridad Social es un esquema Ponzi o una estafa piramidal). Nos conviene, pues, hacer oídos sordos a las almas bellas que no reconocen una amenaza, aunque la tengan en las narices, e incrementar nuestro gasto en defensa, que no en ataque.
Es muy triste haber llegado a esta situación y comprobar que el ser humano no evoluciona ni a tiros y que el matonismo sigue presente en la geopolítica internacional. Pero pretender aplacar a un tirano belicista con buenas palabras es perder el tiempo. Así pues, bienvenido sea el rearme, aunque, según Pedro Sánchez, no sea exactamente un rearme. Estamos peor que cuando la Guerra Fría y algo habrá que hacer al respecto, se pongan como se pongan Ione Belarra y Juan Diego Botto.