Nunca creí que llegaría a echar de menos la guerra fría. Pero en aquellos tiempos, por lo menos, las cosas estaban más claras. Ellos estaban allí. Nosotros estábamos aquí. Nos espiábamos unos a otros y nos hacíamos la puñeta todo lo que podíamos, pero en cierta medida nos conllevábamos o nos soportábamos. Durante los años de Gorbachov nos hicimos la ilusión de que Rusia se iba a convertir en un país normal, cosa que nunca había sido con los zares y los comunistas, pero las cosas salieron mal y llegó Vladimir Putin, un matón que ya de niño se acostumbró a abrirse camino a garrotazos por las malas calles de San Petersburgo y se acabaron las esperanzas. Hoy día, Vladimir Vladimirovich es un peligro público y una amenaza para Europa.

Entre eso y que los americanos, gracias a un tipo grotesco de color naranja con un peinado imposible, hemos llegado a la conclusión de que más nos vale armarnos hasta los dientes si queremos mantener a los rusos a una prudente distancia y no acabar como los ucranianos. Angela Von Der Leyen pretende que nos gastemos 800.000 millones de euros en armamento y que España llegue al 2% del presupuesto en armas, cosa que Pedro Sánchez ha prometido que cumplirá, aunque ya sabemos que las promesas de este individuo no valen gran cosa.

Hay quien aplica una mirada severa sobre estas medidas. Pensemos en la inefable Ione Belarra, que ya ha dicho que eso es tirar el dinero de la peor manera posible y que lo que tenemos que hacer es salir de la OTAN, como si todavía estuviésemos en los años ochenta del pasado siglo. Me temo, querida Ione, que el pacifismo de izquierdas ya no es una opción en los tiempos que vivimos y que estamos obligados a tomar partido. Lo cual significa ponernos del lado de Volodimir Zelenski, por mal que nos caiga o por corrupto que sea, que es un argumento que siempre utilizáis y que no sé muy bien de dónde ha salido y si no es una manera de defender a Putin, quien, por si no os habéis enterado, de comunista no tiene nada.

El pacifismo es muy bonito entre personas normales, pero Putin no es una persona normal. Empeñado en reconstruir la Unión Soviética, todos los pasos que da en esa dirección son para echarse a temblar y recuerdan más a Hitler que a Gandhi. Con semejante animal enfrente, el pacifismo no tiene nada que hacer. Por mucho que nos pese, hay que armarse, ya que ahora es Ucrania y luego no sabemos quién vendrá (por si acaso, los países limítrofes ya han pedido el ingreso en esa OTAN que, según Belarra, los españoles deberíamos abandonar ipso facto.

Mientras la tecnología avanza que da gusto verla, el ser humano no sigue su ejemplo y nos encontramos con caudillos anacrónicos cuyas ambiciones se remontan a la noche de los tiempos. ¿Hay alguna diferencia entre Putin y Atila, el rey de los hunos? Yo diría que no. Y el único idioma que entienden los matones es la fuerza. Europa ha descuidado su defensa durante décadas, confiando en que el amigo americano nos sacaría las castañas del fuego en caso de necesidad, como ya hizo en las dos guerras mundiales. Pero ahora el amigo americano es Donald Trump, que está a partir un piñón con Vladimir Vladimirovich y nos ha dicho que nos apañemos por nuestra cuenta y riesgo (mientras le pegaba un chorreo a Zelenski por obligar a su amigo del alma a invadirle).

La situación, lamentablemente, está muy clara. O nos armamos o, si pintan bastos, nos barrerán. Y ante esa evidencia, el pacifismo de Ione Belarra resulta ingenuo o algo peor. Nadie quería llegar a esta coyuntura, pero no la hemos provocado nosotros. Lo único que podemos hacer es seguir ese consejo que dice que, si quieres la paz, te prepares para la guerra.

No sé de dónde vamos a sacar esos 800.000 millones, pero, por nuestro propio bien, más vale que los encontremos mientras echamos de menos los benditos tiempos de la guerra fría.