El próximo miércoles, 8 de enero de 2025, dan inicio los fastos del año que Pedro Sánchez se ha sacado de la manga para celebrar el 50 aniversario de la muerte del general Francisco Franco, caudillo de España por la G. de Dios, como recordarán los usuarios de las antiguas pesetas que queden vivos.

La cosa arranca con un pesebre titulado 50 años de libertad a celebrar en el Reina Sofía de Madrid. ¿En qué consistirá? Ni idea. Igual que con el centenar de actos suplementarios que se van a organizar para festejar que el Caudillo estiró la pata (entre sus famosas heces en forma de melena, que salían en todos los telediarios de su agonía y que a algunos nos parecían especialmente ofensivas, dada la manía que el moribundo les tenía a hippies, peludos y demás insumisos).

Felipe VI, muy hábilmente, se ha librado del numerito con la excusa de que tiene que recibir a los nuevos embajadores del Reino Unido, Canadá, Panamá y algunos países más (parece que la presentación de credenciales va a granel), pero le ha prometido al presidente del Gobierno que ya lo acompañará a otros actos de esa tournée de Franco por España.

De momento, ha corrido la voz de que va a visitar los campos de concentración de Auschwitz y Mauthausen, que, la verdad, no sé muy bien qué tienen que ver con Franco. Yo creo que una reconstrucción del encuentro en Hendaya entre Hitler y Franco (organizado por los de Muchachada Nui, sin ir más lejos, e incluso con Lalachus en el papel del Caudillo) resultaría mucho más pertinente.

Según se cuenta, Hitler salió de allí asegurando que prefería un dolor de muelas antes que volver a conversar con Franco, quien todo parece indicar que se dedicó a hacer el gallego y a dejar bien claro que no se sabía si subía la escalera o la bajaba mientras el otro insistía en reclutarle para su absurda guerra mundial.

Yo creo que ese encuentro dice mucho sobre Franco. Entre otras cosas, que no se trataba de un zoquete. O sí, pero desde un punto de vista intelectual. Desde un punto de vista streetwise, que dirían los americanos, el hombre tuvo muy claro que el mundo deja en paz a los tiranuelos que solo le joroban la existencia a su propio pueblo, pero es implacable con los que pretenden extender su presencia por donde no deben.

Hitler y Mussolini la liaron a lo grande y acabaron fatal. Franco se limitó a basurear a los de casa (mientras se iba haciendo amigo de los americanos hasta convertirse en un campeón de la democracia antisoviética en 1957 con la visita del presidente Eisenhower) y a cortar tranquilamente el bacalao con sus secuaces.

Total, ideología tampoco tenía. Tuvo que agarrarse a los falangistas y a la Iglesia Católica para sustentar en algo su régimen, que ni siquiera podía integrarse en un fascismo como Dios manda, pues no pasaba de un autoritarismo reaccionario y castrense propio de quien aspira a dirigir un país como si fuese un cuartel.

Estos detallitos estaría bien que salieran a la luz durante el cincuentenario, aunque solo fuera para intentar que mucha gente dejara de hablar de Franco sin saber exactamente de qué está hablando.

Vamos a ver, ese hombre, como dictador, era un desastre. Carecía de la más elemental insania megalómana que distinguía al Führer y al Duce, gente de esa que, puesta a liarla, la lía a lo grande. Franco tuvo la oportunidad de convertirse en el caudillo que creía ser y la dejó pasar porque a él no se le había perdido nada en la casquivana Francia o en la pérfida Albión. Con llevar más tiesos que un palo a sus compatriotas, ya iba que se mataba.

Así de banal y aburrido era el hombre. ¿Orgías en el Pardo? ¡Ni hablar! A lo sumo, saborear un bocadillo de sobrasada ante el televisor mientras echaban el programa de variedades de Franz Joham (salía mucho el insufrible cantante de tangos Carlos Acuña, ídolo de La Collares).

Compadezco a Lola Flores y al Pescaílla cuando intentaron entretenerlo... ¡Y fue incapaz de concederle a Lola el marquesado de Torres Morenas!

Dejando aparte su contribución al autoritarismo, los excesos de la clerigalla, el incremento de la censura y la firma de algunas penas de muerte, no hay mucho más que rascar en su biografía para fabricar un centenar de actos a él dedicados. O a mí no se me ocurren.

Los desfiles de los nazis eran impresionantes. El trote cochinero de los bersaglieri daba mucha risa. Pero las entradas de Franco bajo palio en Montserrat y sus actos de autobombo no tenían maldita la gracia. Mal empezamos si para encontrar algo mínimamente ameno hay que ir a un campo de concentración nazi.

Pero, claro, no se trata de intentar construir un retrato lo más completo posible de aquel hombre que se tiró 40 años dando la chapa a (la mitad) de sus compatriotas. Se trata de enfrentar al Héroe del Pueblo (Pedro Sánchez) con el Espíritu del Fascismo (Francisco Franco).

Una nueva treta del presidente para que nos quede meridianamente claro que hoy, en España, o él o el farcihmo. Y el que le diga que en eso consiste la maniobra, ya sabe lo que le espera: de cabeza a la fachosfera.