Alberto Núñez Feijóo no es precisamente un político ingenioso, agudo y chispeante. Más bien se le podría tildar de muermo en su condición de versión más apalancada de Mariano Rajoy con un plus de aburrimiento y un poco más de cachaza gallega.

Si eso es todo lo que ha encontrado el PP para alcanzar el poder, no sería de extrañar que Pedro Sánchez llegara a cumplir su amenaza de acabar la legislatura en las fechas previstas. ¿Tendría más posibilidades el PP de alcanzar sus objetivos con la chulapona Isabel Díaz Ayuso? Tengo mis dudas.

Con sus aires de compañera de farra de don Hilarión, puede hacerse con mucha popularidad entre un sector muy concreto de la sociedad madrileña, pero en el resto de España la cosa no está tan clara. Y entre los votantes más moderados del partido aún menos, pues seguro que la encuentran demasiado radical.

El problema de Núñez Feijóo es que su moderación tiende a lo pusilánime y a lo aburrido, y da la impresión de que no se está matando para llevar a cabo la tarea que se le ha encomendado. De ahí mi sorpresa ante una reciente frase suya referente a Sánchez que me ha parecido inusualmente ingeniosa.

Es esa que dice que su némesis va a pasar el año que viene entre los juzgados, Waterloo y Franco. Igual no es suya. Igual es una aportación de Miguel Ángel Rodríguez. Pero funciona y está en la línea de lo que debería ser la manera de chinchar escogida por un jefe de la oposición ante un titular tan pomposo y solemne como el que tenemos.

Y además resulta muy verosímil. Vayamos por partes:

1. Los juzgados. La situación judicial del señor Sánchez no es precisamente envidiable, aunque los del PP no sean los más adecuados para señalarlo, pues arrastran un pasado de mangancia y choriceo de padre y muy señor mío.

En cualquier caso, en estos momentos, la pelota de la corruptela está en el tejado del PSOE. O, mejor dicho, las pelotas: el aparente tráfico de influencias de la parienta, las trapisondas del dúo cómico Ábalos & Koldo, los líos con una secuaz de Nicolás Maduro, la peculiar praxis del fiscal general del Estado con un asunto turbio del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid (que parece un buen pillastre, pero no es función del fiscal general del Estado hacerlo correr)…

Por no hablar de todo aquello con lo que carga Sánchez y que tal vez no sea ilegal, pero éticamente deja bastante que desear: indultos y amnistías para golpistas catalanes (que ni siquiera han servido para pacificar la Cataluña posprusés: no hay más que ver el tono desabrido y chulángano que se gastan Puchi, Tururull, Nogueras y demás padres de la patria), pactos con amigos de etarras, concesiones a enemigos vendidas como contribuciones a la reconciliación nacional, pero que solo sirven para que Sánchez se mantenga atornillado a su sillón (sin haberse tomado la molestia de ganar las elecciones)…

2. Waterloo. Tener de socio a Carles Puigdemont es una cruz. Moralmente, es inadmisible buscar el apoyo de un fugitivo de la justicia para mantenerse en el poder, y aprovecho para recordarle a Núñez Feijóo que sus permanentes acercamientos a Junts (en plan la puntita y nada más) también huelen a cuerno quemado: a un enemigo del Estado se le detiene, y si no puede ser, por el motivo que sea, se le ignora, que él ya se entretendrá grabando sus discursos en el vertedero de Elon Musk, como acaba de hacer para poner de vuelta y media a Salvador Illa, que previamente pronunció un exordio cargado de buena intención y ánimo conciliador (Puchi e Illa empiezan a parecer los Homer Simpson y Ned Flanders de la política catalana).

Tener de socio a Puigdemont es una pesadez tremebunda, nunca sabes con qué te va a salir y con qué se va a poner desagradable ese día. Evidentemente, tampoco ayuda tirarse un año tomándole el pelo y prometiéndole cosas que no son tan fáciles de conseguir: que si la amnistía, que si el catalán en Europa…

Lo de la amnistía no es cosa de Sánchez, sino de los jueces. Lo del catalán… pues hay mucha (y lógica) resistencia en las instituciones europeas, por mucho que él envíe a Albares de vez en cuando a dar la chapa (aunque puede que sin la necesaria capacidad de convicción, normal si tenemos en cuenta que a Sánchez se la pelaba el catalán antes de tener que depender de los lazis).

3. Franco. Los españoles estábamos en el buen camino para olvidarnos del Caudillo hasta que Rodríguez Zapatero decidió resucitar el guerracivilismo y fomentar esa costumbre tan nuestra de tirarnos por encima el cadáver del abuelito en vez de ver qué podemos hacer todos juntos de cara al futuro.

Con el paso de los años, así se convirtió ese sujeto gris, mediocre y malasombra en el gurú del neo-PSOE de Sánchez, quien vio también en Franco una buena manera de no dejar descansar el pasado y de fomentar el odio entre los ciudadanos de este país.

Fíjense que, ahora, cada vez que se le afea la conducta por algo, tilda a quien le acusa de franquista o de fascista. De ahí que le haya dado por celebrar el 50 aniversario de la muerte del dictador con un centenar de actos que, francamente, no sé en qué pueden consistir, aunque intuyo que el concepto es oponer el farcihmo del difunto a su augusta persona.

Es la segunda vez que recurre al Caudillo para darse aires: la primera fue cuando lo sacó del Valle de los Caídos para enterrarlo en otro sitio (yo propuse el monasterio de Montserrat, sección cementerio del Tercio de Montserrat, a dos pasos de la Moreneta, pero no se me hizo ningún caso, como de costumbre).

Los juzgados, Waterloo y Franco (¿habrá una gira del fiambre?). Un futuro realmente envidiable. Yo me volvería tarumba con semejante panorama, pero los hay que por no perder el sillón son capaces de cualquier cosa.

En fin, aplaudamos la rara muestra de ingenio del burbujeante Núñez Feijóo y dediquémonos al wait and see, que dicen los anglos. Con un poco de suerte, igual nos podemos reír un poco. Para no llorar.