Como el fútbol me la sopla lo más grande, no sabía quién era el jugador Dani Carvajal (Madrid, 1992) hasta que le hizo un feo al presidente del Gobierno durante las celebraciones de la Eurocopa y se convirtió en el enemigo público número uno de todo el pogresismo nacional.

Como ustedes recordarán (o no), los jugadores de la selección española tuvieron que ir a rendir pleitesía a Pedro Sánchez (quien, por cierto, los acabó utilizando para darse aires y felicitarse por el país tan bonito que le está quedando), acto ya de por sí discutible, pues habían protagonizado un jolgorio al respecto con Felipe VI y, como suele decirse en estos casos, del rey abajo, ninguno.

Evidentemente, un ególatra como Sánchez no podía desperdiciar la oportunidad de ponerse al frente de la muchachada futbolística, como si, en el fondo, fuese su entrenador. Previamente, les dio la mano a todos y cada uno de ellos, quienes se la estrecharon a su manera, con mayor, menor o nulo entusiasmo (caso del señor Carvajal, que no le dijo ni mu, no le miró a los ojos y solo le faltó murmurar lo de Que te vote Txapote).

Parece que nuestro Dani está ligeramente escorado a la derecha, se trata con Santiago Abascal y vota a Vox. O sea, que es un facha de manual. Pero eso no le quita el derecho a basurear al Hombre Profundamente Enamorado de su esposa si le da por ahí. Sí, de acuerdo, podría haber hecho un pequeño esfuerzo y practicar la cortesía institucional, pero no se le podía obligar. Y, además, si yo, que soy un socialdemócrata trasnochado, no soporto a Sánchez, ¿qué va a pensar de él un votante de Vox?

Lo más sorprendente de todo, para quien esto firma, es el tono de profunda indignación que ha adoptado el pogresismo español en pleno ante la discutible actitud del señor Carvajal. De repente, España se ha convertido en un nuevo Versalles donde, al parecer, todos somos correctísimos y educadísimos y siempre nos comportamos de manera cabal con nuestros semejantes.

Para los pogresistas, platicar con el Rey sin sacarse las manos de los bolsillos, como hizo Sánchez recientemente, es lo más correcto, educado y decontracté del mundo, pero lo de Carvajal es una grosería facha intolerable, como si este país no estuviera lleno de gañanes que se portan fatal de una manera habitual. Especialmente en la esfera política: pensemos en ese gentleman que es Óscar Puente y que tilda de saco de mierda a un periodista (chungo, pero periodista); o en esos separatistas que prometen la Constitución añadiendo todo tipo de insertos encaminados a mostrar el asco que les da dicha norma y a los que el presidente del Senado sonríe comprensivamente en vez de urgirles a que juren o prometan y dejen de hacernos perder el tiempo a todos con sus chorradas; o en todos los feos que los procesistas han hecho al Rey cuando visita Barcelona y optan por que lo reciba su tía (aunque luego siempre se apuntan al papeo gratis); pensemos en los siniestros ongi etorris de los abertzales en honor de asesinos que regresan a su pueblo en olor de santidad; pensemos…

Amigos, esto no es Versalles y, con demasiada frecuencia, la cortesía, la buena educación y el savoir faire brillan por su ausencia. Dani Carvajal, pues, solo es un gañán más de los muchos que pululan por España en general y por la política española en particular. Convertirlo en una especie de monstruo del averno facha, como está haciendo parte de la prensa y de los usuarios de las redes sociales, no es más que buscar un chivo expiatorio que no le caiga bien a nadie más que a los de su cuerda (ahí estaba al quite Nacho Cano, principal perseguido de la dictadura comunista que padecemos, poniéndose una camiseta solidaria con el jugador que basureó hace unos días al presidente del Gobierno).

O todos moros o todos cristianos. O nos ponemos de acuerdo todos, a derecha e izquierda del espectro (nunca mejor dicho) político, para comportarnos de manera correcta y no estar incurriendo constantemente en el exabrupto, el insulto y la desconsideración o seguimos en las mismas y que cada palo aguante su vela.

A su manera, Carvajal cumplió con la misión encomendada, como también la cumplen, a la suya, los políticos que alargan el juramento o promesa de la Constitución o los procesistas que dejan plantado al Rey hasta que se sirve el primer plato de la cena o el presidente del Gobierno que se mete las manos en los bolsillos para hablar distendidamente con el jefe del Estado.

Otra cuestión es que nos guste o no el modo en que toda esta gente cumple con sus obligaciones. A mí no me gusta, pero me aguanto. Como debieron aguantarse Sánchez y sus sicofantes cuando Carvajal ninguneó al hombre que nos defiende del farcihmo en España.