Hay algo que no me cuadra en la carta abierta de Pedro Sánchez a los españoles. No me acabo de creer que le haya afectado tanto la querella del sindicato (de chichinabo) Manos Limpias, cuyo mandamás, Miguel Bernad, fue definido por el inefable excomisario Villarejo como “un robaperas” en la miniserie de Netflix sobre el pequeño Nicolás. Todos sabemos que Manos Limpias se dedicaba a la extorsión y cobraba por retirar las querellas que presentaba (creo que su nombre se debe a la costumbre del señor Bernad de lavarse las manos después de contar los billetes del chantaje).
Aunque se haya sumado esa banda de meapilas que se hace llamar Hazte Oír, la cosa no parece revestir especial gravedad, sobre todo para un Terminator de la política como Sánchez, que nunca ha dudado antes de hacer siempre lo que más convenía a sus intereses personales. Por eso me pregunto si no habrá algo más que el presunto hastío de un hombre que se siente acosado por la derechona (o de un caballero andante indignado por las ofensas a su dama). ¿Estará a punto de descubrirse algo de Su Sanchidad que sea realmente grave (o más grave de lo habitual) y que, de momento, solo conoce él? ¿Resultará que las relaciones públicas de su Begoña han conducido a situaciones de legalidad dudosa? ¿Habrá alguna turbia conexión marroquí que justifique la actitud servil de Pedro hacia su querido Mohamed VI? Misterio. De momento, solo se pueden hacer conjeturas.
La cartita sí que da para algunas reflexiones, pues los intentos del Terminator por presentarse como un tierno cervatillo resultan tan risibles como indignantes (menos para Pedro Almodóvar, que dice haber llorado como un niño tras leerla). Para mí, los dos momentazos de la misiva son:
1/ El fragmento en el que se queja de que la derechona lo presente como alguien que se aferra a sus cargos, cuando a él solo le ha movido siempre el interés de España y de la democracia.
2/ La frase en que se declara profundamente enamorado de su esposa y que tantas chuflas ha generado (premio al sicofante del año para Patxi López por su sentencia: “Feijóo se mofa del amor”).
El punto uno es pura jeta, ya que todos hemos podido ver cómo Sánchez no hace otra cosa que aferrarse al sillón, y que, para eso, no duda en amnistiar a delincuentes catalanes y recabar el apoyo de fanáticos vascos y comunistas tronados. Y el punto dos… Hombre, Pedro, parece mentira que no conozcas a tus compatriotas. Una frase como “Soy un hombre profundamente enamorado de su esposa” provoca inmediatamente la hilaridad de todos aquellos que no te pueden ver ni en pintura, que son unos cuantos. La cursilería se le podía perdonar a Antonio Mercero, que era un buen tipo (doy fe), pero a ti no, que es bien sabido que vas a lo tuyo y el que venga atrás que arree. ¿Tú crees que a estas horas te puedes hacer el sensible sin que a muchos se nos ocurra que estás ocultando algo?
Tras inventarse, en un foro europeo, el bonito oxímoron “neoliberalismo socialista”, ahora Sánchez se saca de la manga la “emotividad progresista”, para marcar, supongo, una distancia moral con los buitres de la derecha y la extrema derecha, gente inmunda que se mofa del amor, como ha observado atinadamente Patxi López. El amor será socialista (signifique eso lo que signifique para el presidente) o no será, ese parece ser el mensaje. Y resulta que el Terminator es, en realidad, Don Sensible (o Mr. Nice guy, que dirían los gringos).
Curiosamente, hay gente que ha picado con la cartita sensiblera y que sufre ante la perspectiva de que Pedro dimita y nos deje en manos del fascismo, que está a la que salta. Es la gente que está llenando de jaculatorias las redes sociales o montando manifestaciones de apoyo como la de hoy en la madrileña calle Ferraz. Gente que le suplica que se sacrifique una vez más por la España democrática y se mantenga en su puesto, pese a las groserías inclasificables que han debido soportar él y su Begoña.
Su Sanchidad ha conseguido, eso sí, que no se hable de otra cosa que de las ofensas y humillaciones que recibe. De aquí al lunes van a salir por la tele todos los pedrólogos del país a aportar teorías diversas sobre lo que realmente le pasa por la cabeza al presidente, el primero en la historia mundial que ni dimite ni deja de dimitir, sino que se toma unos días libres para darle vueltas al asunto (dejando tirado a Illa, ya de paso, en el inicio de la campaña catalana).
A todo esto, sus leales cierran filas a su entorno y le manifiestan su adhesión inquebrantable (¿tal vez porque si él desaparece, detrás van ellos?). Todos sus oompah loompahs compiten en servilismo y adulación, pero nadie supera a Mariajezú Montero, pelota número uno de esa oficina siniestra que es el actual PSOE, que igual ya se ve de presidenta si Sánchez se baja del carro. Y la táctica acordada por los sicofantes es siempre la misma: presentar a Pedro como lo que nunca ha demostrado ser, un hombre sensible al que le afectan las indelicadezas del populacho derechista.
Juraría que lo de la emotividad presidencial es otra cortina de humo que oculta algo grave. Pero, de momento, el sujeto ya ha conseguido que no hablemos de la amnistía, de sus malas compañías, del dúo Ábalos-Koldo o de las posibles trapisondas de la parienta: todo va de él y de su orgullo herido de hombre de bien. Y aquí estamos todos, papando moscas y esperando a que el próximo lunes tenga a bien comunicarnos su decisión, como si un país pudiera tirarse varios días sin presidente (bueno, sí, para los presidentes que tenemos, a nivel nacional y regional, podríamos vivir años sin ellos, pero ustedes ya me entienden: las responsabilidades del cargo y esas cosas).
Y por si esto fuera poco, estamos asistiendo a la consagración de Rodríguez Zapatero como máxima autoridad moral del neo PSOE. Felipe González, entre tanto, no se manifiesta, aunque es fácil imaginarlo subiéndose por las paredes (de nuevo). Yo no sé si Sánchez conseguirá cargarse lo que queda de la socialdemocracia española, pero no se le puede negar que lo está intentando muy en serio.