Hay que ver cómo se ha puesto el señor presidente del Gobierno porque unos energúmenos la emprendieron a bastonazos en Nochevieja con un muñeco que lo representaba. Ciertamente, irse a tomar las uvas a la madrileña calle Ferraz, donde se encuentra la sede del PSOE, y dedicarse a insultar y golpear a un monigote no es muy normal y da qué pensar acerca del equilibrio mental de quienes celebran de tan peculiar manera la entrada del año nuevo. Sí, los energúmenos en cuestión, tanto los organizadores de la performance como los que la pusieron en práctica y la azuzaron desde sus respectivos medios de, digamos, comunicación detestan a Pedro Sánchez. Lo suyo es, indudablemente, odio, que es un sentimiento muy feo. Pero convertir su insania en un delito de odio, como pretende nuestro presidente, y llevarlos a los tribunales para que se les caiga el pelo, me parece que es exagerar. De hecho, todo en la indignación de Sánchez resulta un tanto hiperbólico: empapelar a los que la emprenden con su muñeco, identificar a los responsables de la acción para empapelarlos aún más, negar a partir de ahora la acreditación para los actos que organice el PSOE a medios de comunicación considerados hostiles (esto último, por cierto, siempre ha sido muy propio de la derechona: Vox lleva tiempo vetando en sus shows a los periodistas que no le caen bien)…
Nunca he votado a Vox y esquivo a la mayoría de diarios que le bailan el agua, pero eso no implica que quiera cancelarlos a todos: con ignorarlos estoy al cabo de la calle. Que es, en mi opinión, lo que debería hacer Sánchez para evitar la actitud pueril que está adoptando, que se parece mucho a la de los separatistas catalanes que consideran la quema de una bandera cuatribarrada una ofensa imperdonable, mientras ven la de la enseña nacional como una muestra de la libertad de expresión. En el pasado, Sánchez no se ha distinguido precisamente por solidarizarse con otros políticos que recibían un tratamiento parecido al suyo. Y su Gobierno habla de despenalizar la quema de retratos del rey o la exaltación del terrorismo, iniciativas que, si no me equivoco, también contienen grandes cantidades de odio. Si lo he entendido bien, el ciudadano medio puede ciscarse en un cuadro de Felipe VI y limpiarse el trasero con un trozo del lienzo o dar vivas al etarra más sanguinario que se le ocurra, pero debe abstenerse de emprenderla a leñazos contra un muñeco que represente a Su Sanchidad.
Como se dice en estos casos, o todos moros o todos cristianos. Si nos tomamos en serio los símbolos, deberíamos tomárnoslos en serio a todos. Y si la libertad de expresión avala y protege los disparates más desagradables e intempestivos, no queda más remedio que incluir entre estos el apaleamiento de un monigote. Todos ellos -quemar imágenes del rey, vitorear a asesinos patrióticos o linchar metafóricamente al presidente del gobierno- se nutren del odio, ciertamente, pero, ¿es lícito en una democracia convertir ese odio en un delito? Lo dicho: o todo es un delito o nada lo es. No puede haber excepciones como la que nos ocupa, que sugiere, además, un impulso totalitario en el actual Gobierno (o desgobierno) de la nación. Una buena muestra de ese impulso lo encontramos en las ruedas de prensa de Patxi López, quien, aparte de tutear a los periodistas que lo tratan de usted, no tiene empacho en enviar al carajo a los que le hacen preguntas que le molestan, aportando un indeseable tono tabernario a lo que debería ser un simple reparto de información. La propuesta de no admitir en los actos del partido a los periodistas hostiles va también en esa dirección, ya ensayada por la Generalitat de Catalunya cuando le retiró la acreditación a Xavier Rius y tuvo que devolvérsela por orden judicial.
Aquí nadie está tomando partido por Vox, por los cenutrios de la cachaba a las puertas de Ferraz o por Eduardo Inda. Sí, todos ellos odian a Pedro Sánchez, al igual que varios millones de españoles, pero no se puede llevar a juicio a medio país acusándolo de un delito de odio. ¿Que podríamos vivir muy bien sin Vox, los de la garrota y Eduardo Inda? Sin duda. Pero también podríamos vivir estupendamente sin Pedro Sánchez. El actual PSOE y sus detractores son dos adversarios que se merecen mutuamente y también deben soportarse unos a otros. No hace falta meter a la justicia, que bastante trabajo tiene, en sus trifulcas. Si Sánchez se hubiera olvidado del asunto en dos días, todos habríamos hecho lo mismo. Pero con su insistencia en destacar en el mundo del odio sólo está logrando quedar como un quejica autoimportante para quien lo del rey es libertad de expresión y lo suyo un delito necesitado de castigo (¿otro efecto de las malas compañías?).
En un mundo ideal, no habría gente tan idiota como para ser capaz de despedir el año aporreando a un pelele. Pero en ese mundo ideal, el presidente de un Gobierno legítimo no pactaría con un fugitivo de la justicia para mantenerse en el poder, no haría promesas que no piensa cumplir y no mentiría a sus votantes. Dejémonos, pues, de delitos de odio y reconozcamos que lo que tenemos delante es una bronca interminable entre dos grupos de hooligans de la política que sí, se odian mutuamente. ¿No decía Sánchez que no había que judicializar la política, como coartada para sus infames pactos con el Hombre del Maletero? Pues que empiece él a desjudicializarla, dejando de tratar como a criminales a una pandilla de zoquetes violentos que no se diferencian tanto de los que queman imágenes del rey o vitorean a etarras (acogidos a esa libertad de expresión que el presidente niega a sus detractores más primarios).
El rebote que se ha pillado Sánchez ante esta lamentable muestra de burricie de la derechona es propio de alguien que se cree sagrado y con derecho a un respeto institucional que les niega a los demás. Mi enhorabuena por disponer de tan notable autoestima, pero, aparte de eso, no encuentro más motivos para felicitar a alguien que se lo está pasando todo por el Arco de Triunfo para mantenerse pegado al sillón y que, a este paso, le va a poner a su odiada derechona una alfombra roja que ríase usted de la del festival de Cannes mientras envilece a lo que queda de la socialdemocracia española.
¿Te ha dolido lo del muñeco, Pedro? Lo comprendo, pero son cosas que vienen con el cargo y que no hay que tomarse a la tremenda, a no ser que seas un firme partidario de la ley del embudo. Lo que también podría ser.