La renuncia (por amor) de Xavier Novell a su cargo de obispo de Solsona me ha hecho pensar, una vez más, en un inefable personaje de mi infancia, el padre Carbonell, que también acabó colgando los hábitos para irse con una mujer. A diferencia de Novell, ese cura escolapio del colegio de la calle Diputación en el que eché mi vida a los cerdos entre los cuatro y los dieciséis años, lo de Carbonell no fue ninguna sorpresa. Para empezar, siempre pareció un gánster disfrazado de cura (recordaba poderosamente a Humphrey Bogart en No somos ángeles). Permanentemente mal afeitado, con la sotana astrosa y un pitillo colgando de la comisura, su principal actividad consistía en estudiar atentamente el trasero de las madres jóvenes (y no tan jóvenes) que venían a recoger a sus retoños. En cuanto al estado de su fe, me temo que era lamentable: lo recuerdo parando en el pasillo a un crío que corría detrás del mandamás del colegio a los gritos de “’!Padre perfecto, padre perfecto!” (el chaval no conocía el término “prefecto”) para espetarle: “Hijo mío, no hay ningún padre perfecto”.

Por el contrario, lo de Novell no se veía venir, dado que el hombre había destacado por su defensa de los asuntos más reaccionarios a su alcance, incluido el prusés, y parecía impensable que se revelara como un discípulo aventajado de los protagonistas de la novela de Eça de Queiroz El crimen del padre Amaro. No contento con cambiar a Dios por una mujer, resulta que la elegida, Silvia Caballol, tiene 38 años (catorce menos que él), es psicóloga (gremio que le hace la competencia desde hace tiempo a la clerigalla) y escribe novelas eróticas (¡en castellano!) con referencias al satanismo, según se ha hecho público. Las autoridades eclesiásticas están que trinan: aunque los curas siempre encuentran excusas para los colegas que se dedican a tocar niños, son implacables con quien los planta por una mujer. Los seglares, por el contrario, creo que deberíamos aplaudir la decisión del señor obispo, que no sabemos muy bien de qué va a vivir ahora (cuando el abuso a menores es perfectamente compatible con seguir comiendo a costa del contribuyente). Yo diría que hasta mi difunto padre estaría a favor del señor Novell: aunque era muy de derechas, el coronel De España detestaba a los curas y solo se trataba con capellanes castrenses, preferiblemente si convivían con una barragana a la que presentaban como su sobrinita.

Yo no sé si Novell ha sido seducido por una Jezabel de Suria instalada en Manresa, si ha visto que se le estaba pasando el arroz y se iba a quedar sin disfrutar de los placeres de la carne o si se ha enamorado sinceramente y ha decidido que el cielo puede esperar. Personalmente, prefiero a un hombre enamorado que un cura trabucaire, que es de lo que ejercía Novell antes de que se cruzara en su camino esa bendita mujer. Su gesto, francamente, lo humaniza y le honra. Renunciando a la cómoda figura de la barragana, el hombre abandona la Iglesia y se interna en el complicado mundo de los seglares, donde se expone a todo tipo de desgracias: pasar hambre, que lo planten, que se le acabe el amor de tanto usarlo, como a Rocío Jurado, o que acabe echando de menos la vida muelle, aunque sin sexo, de la que disfrutaba en el seno de la Santa Madre Iglesia. Pero desde aquí le digo, por si le sirve de algo: “¡Olé tus huevos, Novell!”. Y bienvenido al mundo real.

Lamento la actitud intolerante de sus superiores, pero siempre hay que pagar un precio por la libertad. Que sigan ellos ignorando a la mitad de la humanidad, pues nuestro Xavier no piensa seguir haciéndolo. Y teniendo en cuenta que su novia aporta dos hijos de un matrimonio anterior, es indudable que la vida le ofrece la oportunidad de ser un padre perfecto y demostrarle al descreído Carbonell, aunque debe llevar años criando malvas, que tal cosa es posible.