Gracias a la legendaria vagancia de Mariano Rajoy, el discurso en torno al prusés lo monopolizaron los indepes. Parece que Mariano no se ponía al teléfono cuando llamaba la prensa extranjera --mientras los otros, que hablan idiomas, intoxicaban impunemente a quien se les ponía a tiro-- y que consideraba que no valía la pena construir un discurso alternativo al independentista, no se sabe muy bien si por su tendencia a no dar golpe o por la confianza en que el agit prop del adversario se desinflara solo. El caso es que, durante años, aquí nadie ha movido un dedo para defender la imagen de España en el mundo y contrarrestar la eficaz campaña de trolas de los indepes, que cosechó hace unos días un nuevo éxito gracias al PEN catalán, que, en teoría es una asociación de escritores en lengua catalana --conocí hace años en Cambridge a uno de ellos, que hablaba en inglés con sus colegas sudamericanos para no rebajarse a utilizar el castellano-- que vela por los intereses de sus socios, pero que en la práctica es una covacha de nacionalistas implicada a fondo en la desautorización procesista de la democracia española.

Ahora que el gobierno del PSOE se ha decidido a hacer algo al respecto --con la creación, vía Josep Borrell, de esa España Global que dirige Irene Lozano--, los indepes (cree el ladrón que todos son de su condición) se han indignado, y ERC pide explicaciones parlamentarias al respecto. Es decir, reivindican su supuesto derecho a intoxicar sin tasa y sin que nadie les lleve la contraria. Lo suyo, ya se sabe, es democrático a más no poder, mientras que el contraataque español se considera, además de una provocación (como la presencia de Ciudadanos en el pueblo de Dolors Bassa), un intento del régimen franquista y seudo turco por acallar la voz de la verdad, que es la de los soberanistas. Según ellos, su noble labor se va a ver empañada por la andanada de fake news que van a lanzar los españoles en foros internacionales, donde ahora solo hablaban ellos. Cual taxistas airados ante los conductores de VTC, los indepes quieren dejar fuera de la discusión a la competencia, ignorando la tradicional dinámica acción-reacción.

Argumentan --vía Albert Batet, el rústico de la barba, no confundir con Eduard Pujol, el hirsuto lumbreras al que acosaba por las calles de Barcelonas un señor montado en un patinete-- que esta campaña desintoxicante se va a financiar con el dinero de los catalanes y las catalanas, ¡como si nos salieran gratis a los no procesistas de por aquí las maniobras orquestales en la oscuridad de nuestros próceres! Para empezar, dudo mucho que el sueldo de la señora Lozano se acerque al de Chis Torra, el embustero en jefe, al que le estamos pagando su puente aéreo permanente con Bruselas, por no hablar de lo que nos cuesta una televisión al servicio de la mitad de la población pero que sostenemos todos, tanto si la vemos como si no.

Al igual que los taxistas, nuestros políticos independentistas necesitan ponerse al día y reconocer el derecho a la libre competencia. Si ellos van por ahí echando pestes de España, no debería extrañarles que España eche pestes de ellos. Donde las dan las toman, ¿no? Si hasta ahora habían disfrutado en exclusiva del uso del megáfono era por esa desidia del Gobierno central con la que Borrell ha decidido acabar. Así pues, menos rasgarse las vestiduras y a apechugar. Preparémonos, eso sí, para un recrudecimiento de los insultos al de Lleida en los digitales del odio, si tal cosa es posible.