Cotarelo y el lapón: ¿agravio comparativo?

Ramón de España
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Ramón Cotarelo, nuestro Lord Haw-Haw particular, se ha puesto como las cabras contra los CDR de Tarragona, que lo habían invitado a dar una conferencia y cometieron el imperdonable error de meterlo, junto a su santa esposa, en un hostal casposo en el que no había wi-fi ni una mesa y una silla para escribir los necesarios artículos de su blog.

Cotarelo es un traidor de esos que, en tiempos de guerra, acaban fusilados por su colaboracionismo infame con el enemigo, pero un traidor que se respeta a sí mismo y no se deja alojar en cualquier sitio porque se tiene en muy alta estima. Mira que los del CDR local se disculparon, se ofrecieron a invitarle a cenar y --supongo-- adujeron que no andaban muy bien de fondos, pero el madrileño que se cree catalán los puso de vuelta y media y, profundamente ofendido, se abstuvo de pronunciar la anunciada conferencia (que, por cierto, seguro que era en español, ya que su amor a Cataluña no incluye por el momento el conocimiento de nuestra bella lengua vernácula, de la que no habla ni papa). No me extrañaría que ya hubiese llamado a Bea Talegón para preguntarle si a ella también le pasan esas cosas tan desagradables.

Aunque me da un poco de vértigo, voy a intentar asomarme al cerebro frito y refrito de Ramón Cotarelo. Yo creo que el hombre se ha sentido basureado por los procesistas y que se considera la víctima de un agravio comparativo. Ciertamente, los majaretas extranjeros --extranjeros de verdad, no los madrileños sacacuartos como Cotarelo y Talegón-- suelen recibir mejor trato por parte del procesismo. Fijémonos en el finlandés Mikko Kärnä, ese barbudo calvorota y cabezahuevo que ha estado últimamente entre nosotros y ha sido tratado como un rey. Seguro que al amigo Mikko no lo han metido en un hostal churroso.

Aunque ya no es diputado en Finlandia y nadie sabe muy bien quién es ni a qué representa, el lapón ha sido abrazado por las más altas autoridades locales, se ha puesto tibio de gambas de Palamós y se ha pegado unas vacaciones en el Mediterráneo con todo pagado que para sí las quisiera cualquier borrachuzo británico de esos que se matan en Magaluf practicando el balconing. Y, a cambio, lo único que ha tenido que hacer es dar vivas a la república catalana y hacerse unas fotos muy vistosas en las que se le ve practicar el esquí acuático tocado con una barretina.

No me dirán que aquí no se da el agravio comparativo. Mientras el cabezahuevo vive como Dios, al pobre Cotarelo me lo meten en un hostal que da pena. Mientras el lapón se limita a los selfies y los tuits de dos líneas, Cotarelo escribe columna tras columna --¡y hasta libros!-- ciscándose non stop en su país natal y clamando por la inminente llegada de la república catalana. Mientras el del esquí acuático con barretina se vuelve a Finlandia porque ya no le cabe ni una gamba de Palamós más, Cotarelo se instala en Girona, donde sus hijos estarán encantados de ir al colegio y no enterarse de nada.

Se impone un poco más de respeto por la figura del traidor (o del tonto útil, también muy adecuada para gente como Cotarelo y Talegón). Bien está agasajar a un lapón obcecado por la independencia de Cataluña --por motivos que no descubriremos nunca a causa de la confidencialidad entre psiquiatra y paciente--, pero no hay que descuidar el producto de proximidad. Cotarelo está en venta, pero no por tres pesetas. Que quede claro.

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¿Quién es... Ramón de España?
Ramón de España

Ramón de España (Barcelona, 1956). Autor de nueve novelas y una docena de ensayos, ascendió de las covachas del underground (Disco Exprés, Star, a finales de los 70) hasta los palacios del 'mainstream' (El País, donde colaboró ampliamente en los 90). Actualmente ejerce de columnista habitual en El Periódico de Catalunya y el semanario Interviú. Escribió y dirigió un largometraje en 2004, 'Haz conmigo lo que quieras', y aunque lo nominaron a los Goya, esta sociedad hostil no le ha dejado volver a ponerse detrás de una cámara (pero él insiste). Sus recientes ensayos sobre el 'prusés' y sus circunstancias, El manicomio catalán (2013) y El derecho a delirar (2015), lo han convertido en un personaje de referencia de la disidencia irónica.

 

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