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Gonzalo Boye y Josep Lluís Alay

Gonzalo Boye y Josep Lluís Alay

Manicomio catalán

Nuestro hombre en Moscú

"Josep Lluís Alay es un enemigo de España y de Europa cuyo destino ideal sería compartir celda en Soto del Real con Carles Puigdemont"

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Yo diría que, si has estado conspirando con una potencia extranjera para jorobar a tu país y, en vez de estar en el talego por alta traición, te has salido de rositas, lo mejor que podrías hacer es adoptar un perfil bajo y callarte la boca, no vayas a llamar la atención de la justicia y a esta le dé por reabrir tu caso, que, evidentemente, se cerró en falso.

En vez de optar por la discreción, ese traidor recalcitrante llamado Josep Lluís Alay (Barcelona, 1966) se dedica a celebrar en las redes sociales los éxitos de su admirado Vladímir Putin después de haber recurrido, cuando el prusés, a algunos de sus allegados, entre los que figuraban empresarios, correveidiles y mafiosos (aunque casi todos estos se los dejó a su compinche Gonzalo Boye, que se mueve con mayor naturalidad en entornos criminales).

Se alegra el señor Alay de que no haya salido adelante la propuesta europea de utilizar los activos congelados a Rusia para subvencionar a Volodímir Zelenski en la guerra que mantiene contra Vladímir Putin, y destaca la gallardía, a la hora de oponerse a tal medida, del primer ministro belga, Bart De Wever, al que define como un gran amigo de Cataluña (o sea, el típico separatista flamenco que siempre ha mirado con simpatía a su jefe, Carles Puigdemont, de cuya oficina se encarga Alay, aunque no creo que le dé mucho trabajo si tenemos en cuenta que el gabinete de Puchi se reduce a Toni Comín, con el que no se habla desde que lo pillaron sisando del dinero de la república que no existe, y el folklorista Puig i Gordi, que no sirve para gran cosa, pero hay que reconocer que no toca mal la gralla).

Bart De Wever es un personaje de referencia para Alay porque simpatiza con los indepes de por aquí y se opone a Ursula von der Leyen, Kaja Kallas, Friedrich Merz y demás gentecilla que no aprecia las virtudes como estadista del gran Putin, que igual también es un gran amigo de Cataluña al que habrá que recurrir de nuevo dentro de un tiempo.

El fino analista Alay aborda lo de los fondos congelados con lo que el gran Víctor Alexandre llamaría una visión catalanocéntrica del asunto: el primer ministro belga es bueno porque quiere a los lazis, mientras que el canciller alemán Merz es malo porque se opone al uso del catalán en las reuniones de la Unión Europea.

Y con Putin no hay que meterse porque permitió reuniones del taimado Alay con personal menor de su entorno y, dado que se va a eternizar en el cargo con la misma resiliencia que nuestro Pedro Sánchez, nunca se sabe cuándo habrá que volver a recurrir a él o a sus secuaces más turbios.

Josep Lluís Alay enseña Historia Contemporánea del Tíbet y Mongolia en la Universidad de Barcelona, tema en el que, al parecer, es una eminencia, pero no sé si lo suyo obedece a un genuino espíritu de historiador o a la presunta solidaridad entre naciones oprimidas como Cataluña, Tíbet y Mongolia.

Esas naciones sin estado suelen reunirse en suelo ruso para despotricar de sus respectivas metrópolis, bajo la atenta mirada del liante de Putin, siempre en busca de colaboracionistas como el señor Alay, dispuestos a liarla parda en Europa o, por lo menos, contribuir a crearle problemas, no en vano el presidente ruso odia a nuestro continente y todo lo que representa (o debería representar).

Puede que Alay considere a Putin un posible aliado en vistas a la liberación del terruño, pero debería darse cuenta de que su amigo ruso solo le considera un tonto útil (cada día más cerca de ser un tonto inútil). Como es de tontos alegrarse por lo de los activos congelados simplemente porque el primer ministro belga respeta a Puchi y el alemán no ve la necesidad de añadir el catalán al montón de idiomas que utiliza la Unión Europea.

Josep Lluís Alay es un enemigo de España y de Europa cuyo destino ideal sería compartir celda en Soto del Real con Carles Puigdemont.