Pocos días antes del flamante congreso de Junts en el que Puigdemont y Turull se han consagrado como los mandamases del partidillo (tras enviar a las tinieblas exteriores a Laura Borràs –empeñada en que le apliquen la amnistía por independentista cuando lo suyo es, mucho nos tememos, delincuencia común– junto a sus dalmases y sus madaulas), Artur Mas informó al pueblo catalán de que estaba considerando muy seriamente darse de alta en Junts, mientras intentaba que su padre espiritual, Jordi Pujol, siguiera su ejemplo (el yayo está tan obcecado con su relevancia y su legado que es capaz de entrar en Junts, aunque su edad le aconseje más bien tomarse las cosas con calma y recordar los buenos viejos tiempos de CDC, cuando el presunto pal de paller de la sociedad catalana sumaba 50.000 militantes que el Astut no tardó mucho en reducir a 12.000, que en la actualidad son algo más de 6.000, de los cuales solo el 43% tuvo el detalle de votar en la consagración del dúo Cocomocho & Tururull en el congreso de Calella).

Artur Mas no parece ser consciente de que se cargó una máquina de hacer dinero, ganar amigos e influir en la sociedad (como diría Dale Carnegie). Si lo fuese, adoptaría un perfil bajo y dejaría de amenazar a sus sucesores con intentar echarles una manita (¿al cuello?). ¿Tanto le cuesta consagrarse a esquivar los embargos que le caen encima con inusitada frecuencia y gorronear en verano en los yates que alquila Jordi Vilajoana, que es, según se dice, el único amigo fetén que le queda en la vida?

No contento con ejercer una influencia nefasta y ruinosa en la Convergencia de Pujol, quien solo lo elevó al delfinario para que le guardara la silla caliente a su hijo Oriol, descabalgado finalmente de la sucesión a la norcoreana que planteaba la famiglia por su mala cabeza y su tendencia a la chapuza, que le llevó a ser interceptado en su presunto choricismo cuando aún no había superado la fase de tentativa (qué manía lo de dedicar a la política al hijo más torpe: ya podía aprender el pobre Oriol de su hermano Jordi, alias Júnior, cuya vida siempre estuvo dedicada, según propia confesión, a hacer pasta), el Astut insiste en engancharse a la pos-Convergencia cual chicle (o algo peor) a la suela de un zapato.

Y Puchi lo aguanta, diría yo, porque le debe haber sido nombrado a dedo por él como presidente de la Chene después de que las chicas de la CUP lo arrojaran a la papelera de la historia (de donde no para de intentar salir).

Dudo mucho que un inepto como Mas y un nonagenario corrupto como Pujol sean de gran utilidad al engendro que acaban de fabricar Puigdemont y su fiel Turull (secundados por Castellà, ese antiguo demócrata cristiano que se hizo súper indepe de la noche a la mañana junto a la iaia racista Nuria de Gispert).

Engendro en el que sobraban La geganta del pi y sus secuaces, a los que habrá que hacer sitio en una fantasmal fundación que promete ser tan trascendental como el Consejo de la República (aunque siempre se le puede hacer sitio a Toni Comín si promete no meter la mano donde no debe: sin escaño europeo y con la fama de gorrón que se ha echado encima, el hombre no va a ser fácil de recolocar).

Y en cuanto al engendro en cuestión… Pues la verdad es que no se sabe muy bien lo que es. Por un lado, parece aspirar a guardar las esencias del Primero de Octubre; por otro, se habla de ampliar la base (concepto hasta ahora muy de ERC) y hacer de Junts el partido atrápalotodo del soberanismo más recalcitrante.

Ya nadie se acuerda de que Puchi anunció su retirada si no ganaba las elecciones que ganó Illa, o no se le tiene en cuenta porque, total, ese hombre no ha cumplido jamás ninguna de sus promesas y a algo tiene que agarrarse para seguir sintiéndose relevante (aunque no lo sea tanto como cree: no es descartable que su fiel Tururull lo ejecute cuando moleste más de lo que ayuda).

Tengo la impresión de que nadie sabe muy bien en qué consiste el Junts surgido del aquelarre de Calella. Por un lado, aparenta ser más indepe que nunca; por otro, parece prepararse para porfiar con los socialistas por el control de una autonomía española. Esta segunda opción sería la más razonable, dada la penuria actual del independentismo, devolviendo a Junts a sus orígenes (ya puestos, podrían acogerse de nuevo a las siglas CDC) y contribuyendo a volver a los buenos viejos tiempos, cuando todo era una pugna no excesivamente cruenta entre convergentes y sociatas.

La opción épica ya se ensayó y acabó como el rosario de la aurora. Puchi puede volver a intentar ser alguien si consigue que le apliquen la amnistía, lo que está por ver. Si sigue siendo el prisionero de Zenda, puede acabar convertido en un símbolo cada día más discutido por su ineptitud, su cobardía y su escasa fiabilidad mientras Tururull hace y deshace, se quita de en medio a quien le incordia y alterna las declaraciones soberanistas rimbombantes con su contribución a la gobernación del Estado opresor.

En cualquier caso, corren malos tiempos para la épica. Y para la lírica, ya ni les cuento. El independentismo ha llegado a esa fase que suele resumirse con la expresión ¡sálvese quien pueda!