Una de las ventajas (o no) de ser catalán (y español) es que puedes desaparecer tres semanas (o tres años) y, a tu regreso, todo está como lo dejaste (o puede que algo peor). Dado mi peculiar sentido del timing se me ocurrió irme a Gijón en condición de refugiado climático justo cuando a Puchi le dio por montar su bonito número de escapismo a lo Harry Houdini (Pedro Sánchez se fue a Lanzarote y aún no ha emitido su opinión al respecto, ni parece que vaya a hacerlo en fecha próxima: con echarle el muerto encima a Marlaska, para que culpara del desaguisado a los Mossos d’esquadra, el hombre ha estado al cabo de la calle. Y hasta ha recibido a su edecán en Cataluña, Salvador Illa, sobreactuando este una vez más en su papel de perro fiel).
Hablando de Illa, me perdí su toma de posesión, aunque confirmando lo que ya me temía: que el hombre no venía hacer tabula rasa del prusés, sino a suavizarlo un poco y seguir dando moderadamente la tabarra a los españoles con su concierto económico que no es un concierto económico, sino una nueva y peculiar muestra de solidaridad con sus compatriotas. Dos de los conceptos esgrimidos por el Enterrador me sumieron en un profundo ataque de melancolía: La nación catalana (Illa tiene una bandera española de quita y pon que unas veces la enseña y otras no: parece que en el acto de posesión no tocaba) y El humanismo cristiano.
Digo yo que, si has sido ministro de España, te podrías ahorrar la referencia a la nación catalana, que solo sirve para dar esperanzas a los lazis, cuando deberías seguir el ejemplo del Dante y decirles que abandonen toda esperanza (con su gobiernillo). Y lo del humanismo cristiano… Pues no sé ustedes, pero yo ya he tenido bastante de humanismo cristiano con el beato Junqueras. Y si te defines como socialista (o sea, como un señor supuestamente de izquierdas), no sé a que viene lo de tomar el nombre de Dios en vano.
Tampoco sé a qué han venido las leves muestras de nepotismo que ha dado nuestro hombre al contratar a la hermana de Collboni y al compañero sentimental de Paneque para sendos cargos en la Generalitat (el segundo ha tenido el detalle de dimitir, algo es algo). Y la visita a Lanzarote, insisto, se la podría haber ahorrado, pues solo sirve para reforzar su imagen de apparatchik (o monaguillo) reciclado en líder (por no hablar de que confirma la impresión de que Sánchez e Illa están hechos de la misma y discutible pasta).
En fin, no adelantemos acontecimientos y concedámosle al señor Illa esos 100 días de confianza consustanciales al cargo que le ha caído. Pero si confiábamos en un cambio radical de talante ante las chaladuras del prusés y el posprusés, más vale que dejemos de ilusionarnos, ya que todo parece que vamos a asistir a una nueva fase contemporizadora a lo Montilla o a lo Maragall (cuya brillante idea del nuevo Estatuto que nadie había pedido contribuyó notablemente al sindiós de los últimos años).
En Cataluña sigue haciendo falta un partido como el que fue Ciutadans antes de convertirse en Ciudadanos y dejar entrar a lo mejor de cada casa de nuestra derechona. Pero dudo que salga: el trepa de Rivera ya se encargó de cargarse un trabajo de 10 años, en colaboración con Inés Arrimadas y unos cuantos más, y volver a empezar de cero lo veo prácticamente inviable.
También le hubiera agradecido a Illa que se ahorrara la visita a los Mossos, como no fuese para pegarles el preceptivo chorreo por el desastre de la fallida detención de Puchi. Por el contrario, fue a felicitarlos, aunque nadie sabe por qué tras la monumental chapuza de su Operación Jaula, que se abría y se cerraba al buen tuntún, permitiendo al Hombre del Maletero darse el piro con casi total tranquilidad. Puestos a pensar mal, no es difícil imaginar una maniobra conjunta de la policía autonómica y la nacional para no proceder a la detención de Puchi, cuyos siete votos siguen siendo fundamentales para el presidente del Gobierno.
Lo dicho: se va uno tres semanas de vacaciones y, cuando vuelve, todo está igual o peor. El triunfo de Ciudadanos en su momento lo recuerdo como un momento ilusionante que no tuvo continuidad, pues Inés Arrimadas se fugó a Madrid sin tomarse la molestia de intentar acabar el trabajo iniciado en Cataluña. El del PSC me parece, en el mejor de los casos, un mal menor que difícilmente puede ilusionar a nadie. Por sus tendencias bonistas (y por necesidad), Illa va a estar constantemente vigilado por ERC y los Comunes, por no hablar de que se le ocurra alguna idea de bombero a lo Maragall que contribuya a empeorar la situación, pues esa es la marca de fábrica del PSC, donde aún rige el síndrome de Estocolmo que les inoculó Pujol.
Empiezo, pues, el año político sin ilusión alguna a nivel regional y nacional. No es una novedad, pero no les negaré que me toca un poco las narices. Nada más llegar a Barcelona, me tragué la entrevista de La Vanguardia con Salvador Illa y me quedé con el culo torcío: más de dos páginas para no decir absolutamente nada más que una enumeración de buenas intenciones, más propias de un boy scout convencido de que entre tots ho farem tot que de alguien llamado, en principio, a devolver a su paisito a la senda más correcta y razonable.
Volveremos sobre el tema dentro de 100 días (o antes, si doy con algo que clama al cielo).