El rapero balear Josep Miquel Arenas, en arte (o lo que fuese lo suyo, que nunca ha quedado muy claro) Valtònyc, cuelga los guantes de luchador antisistema y se dispone a instalarse definitivamente en Bruselas, donde espera ganarse decentemente la vida como programador informático (tras haber ejercido de tal en la Casa de la República de su amigo Carles Puigdemont).

Los motivos que aduce son de lo más razonables. Sostiene el zagal que se hizo rapero de muy joven porque tenía un trabajo de mierda (un poco más de respeto para tu difunta madre, chaval, que currabas en su frutería), todo le daba asco y estaba en guerra con el mundo, pero que ahora que ya tiene 30 y un oficio lucrativo, ve las cosas de otra manera y le parecería una impostura seguir subiéndose a los escenarios para ejercer de angry young man.

Añade que cada canción (o lo que fuese lo que hacía) le lleva seis meses de arduo trabajo, aunque a los legos en la materia nos parezca que no hace falta tanto tiempo para berrear que hay que matar a jueces y a guardias civiles, con lo que cada vez que terminaba una, ya se le había hecho vieja.

Valtònyc ya no está cabreado con el mundo y se dispone a vivir la vida con esa ilusión pequeño burguesa que, probablemente, le contagiaron sus amiguetes Puigdemont y Comín en Waterloo. Corren malos tiempos para la canción protesta, afirma el hombre, ya que, según él, las redes sociales se te adelantan siempre y cuando has terminado con tu retahíla de insultos y exabruptos, ya han salido cosas similares en X (antes Twitter), aunque sin música (o lo que fuese que hacía él).

Es evidente que hay un Valtònyc antes del presunto exilio y otro después. El de antes era la versión mallorquina del Diablo de Tasmania y el de después es un chaval amaestrado por sus nuevos compadres, quienes, a su peculiar manera, han hecho lo que han podido para reintegrarle en la sociedad y tratar de meterle en el magín algo de sentido práctico. El favor, de hecho, ha sido mutuo: unos políticos de derechas se han podido hacer los alternativos gracias al rapero y este ha podido comer caliente en Bélgica gracias a ellos, unidos todos teóricamente por la independencia de los Países Catalanes.

Mientras Pablo Hasél, que es un cenutrio y un energúmeno, pero a coherente no le gana nadie, no quiso acogerse al paraguas neoconvergente y ahí lo tenemos, en el talego: nadie se acuerda de él y no se sabe cuándo saldrá. A su manera, yo creo que el hombre es más digno que Valtònyc, dado que su profunda burricie lo incapacita para componendas de ningún tipo, mientras que su colega balear, con tal de que no le falten la sobrasada y las galletas Quely, se ha integrado en una casta a la que estaba obligado a odiar desde su supuesta condición de enemigo del Estado.

Cuando empezó a rapear, lo hizo en castellano, pero luego se las apañó para hacer compatibles su arte y la independencia y se pasó al catalán (o mallorquín). Todo parece indicar que aquí de lo que se trataba era de no volver a la frutería de mamá, de prosperar en la vida. Y tras unos años juveniles de seudo rompe y rasga, el hombre ha pillado un trabajo decente y ha visto llegada la hora de sentar la cabeza. De paso, los aficionados a la música se libran de él, lo cual tampoco está nada mal y debería ser una práctica más extendida. En Cataluña, el único que ha tomado tan bondadosa decisión ha sido Lluís Llach, aunque sigue dando la brasa de otra manera, como tapado de Puchi en la ANC, donde ha dejado de cantarnos lo de l'avi Siset para convertirse en l'avi Lluiset.

Regocijémonos, pues, por partida doble ante la jubilación anticipada del señor Arenas (Sineu, 1993) y confiemos en que su actitud se convierta en un ejemplo para otros que se resisten a abandonar un oficio para el que no les ha llamado Dios. Pienso en todos los concursantes de Operación Triunfo (a nivel nacional) y de Eufòria (a nivel local), en todos esos plastas de karaoke que deberían seguir los pasos de Valtònyc y buscarse un trabajo decente fuera de lo que ellos consideran música. Hay que saber madurar, chavales, que es lo que ha hecho Valtònyc. Y si eso lo ha logrado un gañán mallorquín carente del más mínimo talento para la música, no sé por qué no lo podéis lograr vosotros, ya que algunos hasta tenéis estudios y nunca habéis tenido que vender tomates.