Éramos pocos y parió la abuela. Como si no hubiera suficiente sindiós en el mundo independentista para ver qué se hace ahora que pintan bastos, Artur Mas abandona el silencio sepulcral que lo distinguía (y honraba) hasta hace nada y sale a proponer una reconciliación entre Junts y ERC con vistas a ir a unas nuevas elecciones autonómicas, ganarlas, ocupar la Generalitat y deshacerse de la amenaza españolista que representa Salvador Illa, por mal nombre El Enterrador (¿de la Cataluña catalana?).
Aunque, probablemente, solo se trata de una nueva salida de pata de banco de alguien que se aburre como una seta desde que la CUP lo arrojó a la papelera de la historia (lo cual ya es una señal de la escasa enjundia de nuestro hombre: ¿de qué le sirvió en su momento fundirse en un abrazo fraternal con David Fernández y arriesgarse a que le arrugara el traje?) y que se resiste a quedarse cómodamente instalado en dicha papelera (que debe ser ya lo único que la justicia no le ha embargado por sus múltiples trapisondas, incluida la del 3%).
En una de las películas de James Bond protagonizadas por Daniel Craig (ahora no recuerdo cuál) hay una secuencia en la que M (Judi Dench), que previamente ha suspendido de empleo y sueldo a 007, le da las gracias por haberse metido en harina, aunque lo tenía prohibido. “Gracias por volver”, le dice M. A lo que Bond responde: “Nunca me fui”. Sustituyendo a M por la Cataluña catalana y a 007 por el Astut, nos encontramos con dos situaciones mínimamente comparables. Sobre todo, si no tenemos en cuenta la evidencia de que a Artur Mas nadie le había pedido que volviera y, si lo ha hecho, ha sido por cuenta propia (aunque puede que azuzado, todo hay que decirlo, por Tururull y su fiel Batet, cuyo natural simplón puede llevarlos a considerar al Astut un activo del nacionalismo).
Lamentablemente para Mas, su propuesta no ha sentado muy bien en el llamado sector pragmático de Junts, cuyos representantes temen que una repetición de elecciones arroje unos resultados penosos para el partido (las perspectivas para las europeas no son muy halagüeñas) y le habrían agradecido al resiliente Artur que se quedara calladito, que está más guapo. En ERC tampoco ha hecho mucha gracia la iniciativa del Astut, pues llevan años a la greña con los de Puigdemont y esas inquinas no se arreglan de un día para otro: una cosa es la solidaridad entre presidiarios que se manifestó hace unos días, cuando se aprobó la amnistía en el Congreso, y otra es hacer las paces cuando se lleva mucho tiempo haciéndose mutuamente la puñeta, ¿no?
Me pregunto qué habrá movido a Artur Mas a abandonar la comodidad de su papelera de la historia. Su carrera política, pese a la de años dedicados y cargos acumulados (concejal del Ayuntamiento de Barcelona entre 1987 y 1995, diputado autonómico entre 1995 y 2016, presidente de la Generalitat entre 2010 y 2016, mandamás del PDECat entre 2016 y 2018…) ha sido asaz penosa, entre los recortes, el 3%, el independentismo sobrevenido de alguien que se llamó Arturo hasta el año 2000, los intentos de tapar los recortes con un arrebato independentista…
De su paso por la empresa privada más vale no hablar: bástenos saber que se cargó dos compañías, aunque una de ellas, algo es algo, pertenecía a Lluís Prenafeta. Más espabilados fueron sus antepasados, que se enriquecieron en Sabadell con el textil y en el Poblenou en el sector metalúrgico. De hecho, el más listo de la familia fue el tatarabuelo de nuestro hombre, Joan Mas Roig, natural de Vilassar y de profesión negrero, quien dio un golpe magistral en 1844 transportando a 825 esclavos de Ouidah (Benín) a Brasil, lucrándose en gran medida (me pregunto si el timón que colgó el Astut en su despacho presidencial sería el del barco del negrero, un despacho al que, recordemos, llegó por los líos del heredero de Pujol, su hijo Oriol, al que Mas solo tenía que guardarle la silla hasta que se produjera la sucesión norcoreana).
Con su rutilante historial, lo mejor que podría hacer el Astut es adoptar un perfil bajo, afrontar con dignidad los embargos y confiar en que su amigo Vilajoana lo lleve a dar una vuelta en yate en verano. O sea, ejercer de jarrón chino (o de botijo de La Bisbal, si lo prefiere). Nadie le ha pedido que vuelva, pero él, como James Bond, nos recuerda que nunca se fue. Paciencia.