La reconversión del meteorólogo Tomàs Molina como político de ERC con destino a Europa me pilló, lo reconozco, con el paso cambiado. Vamos, que no me lo esperaba, pues yo creía que el hombre era muy feliz en TV3 hablándonos de boires i boirines, calamarsades y demás fenómenos relacionados con el tiempo, siempre con la sonrisa en los labios y una expresión a medio camino entre el entusiasta de lo suyo y lo que viene siendo un orate.

La verdad es que yo, de TV3, lo único que veía eran los partes meteorológicos del señor Molina, incomparables a cualquier otro por la vehemencia y la pasión exhibidas en su transcurso. Ese hombre vivía el clima y a mí me parecía que, si no veía sus apariciones en TV3, no me enteraba realmente ni del tiempo que hacía ni del que iba a hacer. Para que vean mi nivel de entrega, añadiré que cuando se me desconfiguraron los canales gratuitos del televisor –y siendo yo tan inútil y technologically challenged que me veía incapaz de reordenarlos, entre otros motivos, porque se me había olvidado cómo se hacía–, tuve que recurrir a Movistar para poder seguir viendo la información meteorológica de TV3 (y solo si se ocupaba de ella el señor Molina).

No me importaba pillar un desvío para llegar hasta Tomàs Molina. Pero un mal día, mi héroe se dio de baja, dejó el clima en otras manos y renació como candidato de ERC a las elecciones europeas del próximo 9 de junio. No creo ser el único que se halla en estado de orfandad, pues la popularidad de este visionario de la meteorología se había extendido por toda Cataluña, y yo creo que lo veía por la tele hasta la gente a la que se la sopla el tiempo que vaya a hacer en su pueblo al día siguiente, pues era evidente en su caso que McLuhan estaba en lo cierto cuando dijo que el medio es el mensaje.

O sea, que lo importante no era tragarse un parte meteorológico, sino ver (¡y oír!) a Tomàs Molina i Bosch (Badalona, 1963). Y es que el bueno de Tomàs era la culminación de una saga de hombres del tiempo que empezó en los años 60 con el Mariano Medina de TVE. ¡Y solo los catalanes pudimos disfrutar de ese prodigio!

No sé de dónde sacaba Molina esa entrega y ese entusiasmo, pero no me extrañaría que en su infancia hubiese sido boy scout (o, mejor dicho, minyó de muntanya) y que cada semana leyera en Cavall Fort las aventuras de La patrulla dels castors. Sí me consta que se dedicó (¡hasta 1987!) a la animación infantil formando parte de un grupo llamado Julivert (en castellano, perejil), algo muy lógico si tenemos en cuenta lo mucho que gusta este hombre a la gente menuda (a la que mimaba en sus partes de TV3 repitiendo hasta la saciedad expresiones populares como Si al cel hi han cabretes, al terra pastetes y otras rimas similares, que mezclaba con un poco de erudición extra catalana, como cuando insistía en los vientos ábregos o llovedores, que no recuerdo cómo se llamaban en vernáculo).

Ya en el lejano 2010, nuestro hombre fue el protagonista de una canción del grupo Delafé y las Flores Azules titulada, precisamente, Tomàs Molina. Y no hace falta recordar que se convirtió en un personaje del Polònia con una imitación a medio camino entre el homenaje y el insulto. Gracias a hablar del tiempo, Tomàs Molina había llegado a lo más alto de la sociedad mediática catalana. Y, de repente, lo deja todo para apuntarse a un partido político en fase de descomposición y postularse para el Parlamento Europeo. Exhibiendo, eso sí, la misma alegría turulata que cuando hablaba de boires i boirines, de calamarsades y vientos ábregos o llovedores…

Recuerdo que, cuando me enteré, pensé: “Pero ¿dónde te estás metiendo, Tomàs?”. Aquello era como si, en los albores de la democracia, se hubiesen presentado a unas elecciones Gaby, Fofó y Miliki. Sobre todo, porque el señor Molina declaraba sin recato que se iba a Europa a combatir el cambio climático (un deseo normal en alguien de su oficio, pero que le iba un poco grande, ¿no?).

Afortunadamente, el hombre ha ido rebajando sus aspiraciones, demostrando así que no se le había subido la política a la cabeza. Sus siguientes propuestas ya me parecieron más razonables y, sobre todo, más suyas: conseguir que TV3 participe en el Festival de Eurovisión y que lo haga con una canción de The Tyets, Coti x coti. Eso ya es más propio del Tomàs Molina que todos queremos y admiramos. Lo de Eurovisión es imposible porque ahí solo aceptan países de verdad (y no naciones sin Estado) y porque el tema que se presente tiene que ser inédito, mientras que el The Tyets lleva su tiempo publicado. “¡Cosas de Tomàs!”, me tranquilizo. También han sido innumerables las veces que ha dicho que mañana llovería y luego ha hecho un sol de justicia, o viceversa. Cuando el medio es el mensaje, el mensaje es lo de menos.

Ya me relamo con sus próximas misiones europeas (¿declarar la tramontana patrimonio inmaterial de la humanidad?, ¿sustituir el Himno a la alegría de Beethoven por algo de Els Catarres?). Y, sobre todo, compruebo que nos habremos quedado sin él en TV3, pero que, con un poco de suerte, lo podremos ver en el Parlamento Europeo desplegando su fascinante personalidad al servicio de los asuntos más peregrinos: hemos de ser generosos con nuestros vecinos y compartir nuestros tesoros nacionales, ¿no creen?