Durante los últimos días, se han producido ciertas declaraciones al respecto de la pertinencia de contribuir a que Salvador Illa ocupe la presidencia de la Generalitat que me han parecido de lo más razonables. Proceden de la vieja guardia de la derechona y del inframundo indepe, pero coinciden en sus objetivos.
Por un lado, Alejo Vidal-Quadras ha urgido al PP y a Vox a que no entorpezcan el camino de Illa hacia el ansiado sillón. Por el otro, Joan Tardà aconseja a ERC que no le ponga trabas al presidenciable socialista, pues una repetición de elecciones solo contribuiría a incrementar la catástrofe recién sufrida en las urnas y la posibilidad de rehacer los puentes con el ínclito Cocomocho no procede. Según Tardà -o eso he creído entender de su algo críptico mensaje-, se da entre ERC y PSC una peculiar relación de amor y odio que a veces los lleva a estar a la greña y a veces aconseja llevarse bien (la situación actual de ERC sería de las que promueven llevarse bien).
De momento, la actitud de PP y Vox es del modelo Al enemigo (de España), ni agua. Fernández y Garriga consideran a Illa un cómplice del separatismo y no piensan echarle una mano, como no sea al cuello. ERC, durante la dimisión del Petitó de Pineda, se manifestó en parecidos términos. Como si todos anhelaran una repetición de elecciones que yo de ellos evitaría como la peste, pues ERC podría dejarse más diputados por el camino y el PP igual perdía votantes que optaban por el PSC para que se acabe la vaina, como decía Carlos Vives en una de sus canciones.
En lo que respecta a Junts, mientras Puchi siga al mando, lo único a lo que puede aspirar es al caos, la ingobernabilidad y el sindiós, dado que El Hombre del Maletero es ya lo único que se interpone entre el partido y su regreso a las raíces convergentes, con su peix al cove y tal y tal (que diría Gil y Gil). Por cierto, no es descartable que Puigdemont, un tipo que no tiene nada que perder, deje de ser un activo del partido y se convierta en un lastre para lo relativo a las cosas del comer, momento en el que Rull, Turull y Tururull son muy capaces de arrojarlo al basurero de la historia porque les impide anar per feina (en cuanto a la eliminación de Laura Borràs, como dirían los franceses, ça va de soi).
Salvador Illa ha anunciado su intención de hablar con todo el mundo (menos con la madame Le Pen de Ripoll, quien, por cierto, luce una tez ligeramente magrebí que debería preocuparle un poco). Y creo que todo el mundo haría bien en escucharle. Es lo que proponen Vidal-Quadras y Tardà, que tontos no son. ERC ha perdido peso en el frente indepe, pasado en pleno a Puchi y olvidando que este se dio el piro mientras Oriol Junqueras se chupaba casi cuatro años de trullo (el beato tiene un problema interno con unos cuantos guardianes de las esencias que lo responsabilizan, me temo que, con razón, de los leñazos electorales sufridos en las municipales y las autonómicas). PP y Vox deberían haber llegado a la conclusión de que ahora lo fundamental es arrebatar el poder a los lazis y de que el único que puede hacerlo es el señor Illa, aunque les parezca un tibio y un bienqueda (¡y hasta un separatista, que ya son ganas de retorcer la realidad!).
Yo creo que el apoyo a Illa solo puede resultar beneficioso para la derechona y los indepes caídos en desgracia, quienes, además, se supone que son de izquierdas (aunque la mayoría milite principalmente en el carlismo meapilas). Todos ellos deberían releer el clásico de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir en la sociedad.
Illa puede gobernar en solitario con sus 42 diputados (Aragonès, mal que bien, lo logró con 33). ERC solo ocupa 20 escaños y la suma de derecha y extrema derecha, 26. Y nadie les pide que entren en el nuevo Gobierno: les basta con no incordiar y, en el caso de ERC, asoma la oportunidad de pintar algo en el mundo real tras hundirse en el imaginario: dejémosle este al desesperado Puigdemont y escuchemos la voz de la vieja guardia, pues es bien conocido que más sabe el diablo por viejo que por diablo.