Leo la encuesta de este diario sobre las próximas elecciones catalanas, que anuncia la posibilidad de una mayoría independentista tras el 12 de mayo, y observo que lo que hace un tiempo me habría provocado un rebote considerable, ahora solo me genera cansancio y aburrimiento. Tengo la impresión de que aquí nunca cambia nada y de que algo chirría en la relación entre la Cataluña social y la Cataluña política: la primera es más o menos plural, pero la segunda es monotemática (puede que gracias, en parte, a ese sistema de votación que siempre beneficia a los partidos nacionalistas). Entre Junts, ERC y la CUP (Alhora carece de interés porque no se prevé su entrada en el Parlamento regional), pueden obtener una mayoría nacionalista y formar Gobierno.

Teóricamente, pues Junts y ERC se detestan mutuamente y la CUP los desprecia a los dos, así que, ¿qué clase de Gobierno estable puede salir de esa unión contra natura? ¿Qué partido será el primero en abandonarlo o en hacer que estalle el amago de convivencia? ¿Acaso no aspiran todos a la independencia del terruño? En ese caso, ¿por qué están siempre a matar, algo que solo puede beneficiar al enemigo? Ese supuesto Gobierno sería, con toda probabilidad, un tedioso déjà vu.

¿Cambiarían mucho las cosas con un Gobierno del PSC? Dado el legendario síndrome de Estocolmo de los socialistas catalanes, siempre esforzándose por no hacer enfadar a los lazis, es posible que no mucho, aunque se agradecería alguna novedad en nuestro cansino panorama político. De todos modos, la relación del PSC con sus posibles socios de Gobierno no es mucho mejor que la de los partidos nacionalistas. Aunque se supone que PSC y PP no están por la independencia, el asco entre ellos es tan considerable que imposibilita la formación de ningún frente constitucional (por no hablar de que el PP no reúne los diputados suficientes como para ser relevante). Y los comunes nunca se sabe qué piensan exactamente, pues en su seno conviven los separatistas con los que no lo son y no hay manera de prever por dónde te van a salir.

Tenemos así dos bandos confusos a más no poder y una versión local del dicho nacional “Dos españoles, tres opiniones”. Y sí, puede que los nacionalistas tengan mayoría tras las elecciones, pero ¿qué van a hacer con ella? Primero, después de meses de intercambio de insultos y groserías, tendrán que hacer como que se aprecian, lo cual no sé yo si va a resultar del todo creíble. En el supuesto de que formen Gobierno y nadie dé la espantada, ¿qué harán? ¿Culminar la independencia, como asegura Puigdemont? Que me expliquen cómo piensan hacerlo, ya que desde la aplicación del 155 quedaron muy claros los límites de la unilateralidad. De momento, respiran aliviados porque Sánchez nos ha hecho el favor de seguir en su puesto para protegernos del fascismo y deben aspirar a poder seguir chantajeándole, pese a que él, como dijo en su ya célebre carta de amor a la parienta, nunca se ha movido por conservar el sillón a cualquier precio, sino por los intereses de España.

Pero, al mismo tiempo, ya empiezan a chincharle acusándolo de interferir en las elecciones catalanas con sus numeritos egocéntricos (cuando a egocéntricos no hay quien les gane, convencidos como están de que unas elecciones regionales son de una importancia capital). Mientras Tururull sostiene que los días sin huella de Pedro han sido una excusa para quitarle protagonismo a Cataluña, el Petitó de Pineda intenta que se prohíba la entrevista de ayer en TVE por interferencias electorales (y esto lo dice alguien que cada vez que quiere comunicarse con su pueblo, llama a TV3 para que le monten un paripé audiovisual). Cualquier cosa antes que reconocer que uno y otro tienen que pedirle permiso a Pedro hasta para ir a mear (el chantaje funciona en dos direcciones).

Dice la encuesta de Crónica Global que hay algo llamado El efecto Puigdemont. Y ante la revifalla de ERC, yo diría que también existe El efecto Junqueras. Que semejante par de liantes puedan generar un efecto positivo en sus posibles votantes es algo que escapa a mi comprensión, pero puede ser que sea así. Hace un tiempo me habría indignado, pero ahora solo me aburre, como lo del posible gobiernillo nacionalista. Inspirado por Sánchez, me pregunto si vale la pena seguir comentando la actualidad política catalana. ¿Me tomo cinco días para meditarlo y luego les informo de mi decisión?

Mejor no. Total, ¿a quién le importa?