No sé cómo lo verán ustedes, pero a mí que un fugitivo de la justicia pueda presentarse a unas elecciones (aunque sean regionales, o sea, de segunda clase) es algo que no me acaba de cuadrar. A Ronald Biggs, cerebro del famoso asalto al tren de Glasgow, nunca se le ocurrió aspirar a un puesto en la Cámara Baja británica desde su, digamos, exilio en Brasil (se conformó con grabar una canción estupenda, No one is innocent, junto a dos miembros de los Sex Pistols).
En el caso de Carles Puigdemont, la cosa se complica aún más porque pende sobre él una acusación de terrorismo, como presunto responsable de Tsunami Democràtic, aquella entelequia que nadie sabía muy bien quién dirigía y que apareció y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. O sea, que un aspirante a presidir la Generalitat de Cataluña puede ser también un posible terrorista y aquí no pasa nada. Hasta se le permite declarar por videoconferencia, cosa que tendrá lugar entre los días 17 y 21 de junio.
Como se le permite hacer campaña electoral desde el país de al lado, no vaya a ser que se deje caer por Barcelona, lo detengan y lo enchironen, viéndose obligado a dar los mítines desde una celda de Soto del Real, si es que le pasan una pantalla y le echan una mano con la tecnología.
Dudo mucho que ocurra algo parecido en otros países de nuestro entorno. Pero, claro, ninguno de ellos tiene un presidente como Pedro Sánchez, capaz de convertir a un delincuente en un interlocutor válido para mantenerse enganchado al sillón con Super Glue. De hecho, es Sánchez quien ha resucitado a Cocomocho, que se moría de asco y aburrimiento en Flandes hasta que sus siete diputados resultaron ser fundamentales para sostener la presidencia de nuestro muy peculiar autócrata progresista. No es de extrañar, pues, que Puchi se haya venido arriba y hasta le haya pedido a TV3 que los mítines electorales se lleven a cabo en Perpiñán, donde no corre el menor riesgo de ser detenido por traición a la patria y terrorismo, que sería lo suyo.
El hombre ya se ve regresando a España en olor de multitudes para recuperar su cargo de presidente (legítimo) de la Generalitat, algo que, a tenor de las encuestas, ya se puede ir pintando al óleo. Puchi, eso sí, está disfrutando de un imprevisto momento dulce y lo aprovecha a fondo. Salvador Illa ya le ha dicho que él no piensa ir a Francia para hablar de las cosas de Cataluña, pero Aragonès igual pica y se produce un mano a mano independentista que TV3 se propulsará a emitir en directo.
A todo esto, el Petitó de Pineda también se ha venido arriba y ayer lo vimos en el Senado dando por hechos la amnistía, el referéndum y la posterior e inevitable independencia del terruño. Pisaba terreno hostil controlado por el PP, pero leyó su carta a los reyes como si hubiera en ella algún asomo de verosimilitud, aunque en las próximas elecciones autonómicas solo pueda aspirar a elegir entre el PSC y Junts, dado que su labor presidencial no ha sido especialmente brillante y que tiene tanto carisma como una pantufla a cuadros.
Pedro Sánchez ha fabricado dos monstruos. Ha cogido a dos tipos que iban cayendo apresuradamente en la irrelevancia y, prácticamente, los ha resucitado, pensando únicamente en su propio beneficio. Ambos se han venido arriba y Aragonès exige la puesta en práctica de sus quimeras, mientras Puigdemont aspira a ser el primer presidente terrorista de un gobiernillo regional.
Al Niño Barbudo no hay más remedio que aguantarlo, pues, de momento, no le persigue la justicia y no se ha metido en el maletero de un coche para esquivarla. Pero a Cocomocho… ¿Es normal que se permita presentarse a unas elecciones a un prófugo que, además de golpista, puede ser también acusado de terrorismo? A mí no me lo parece, la verdad. Definitivamente, me quedo con Ronald Biggs y los Sex Pistols clamando que nadie es inocente. ¿No podía conformarse Puchi con grabar una versión de L'Estaca a medias con Lluís Llach y acompañado por el piano arrobador de Toni Comín y los rebuznos de Valtònyc?