Pedro Sánchez ha encontrado la respuesta ideal para el titular de este artículo: “Lo que a mí y a los míos nos convenga”. De hecho, es la respuesta habitual, by default, del Gobierno español ante todo lo relacionado con su permanencia en el poder, que es lo único que le importa al PSOE del señor Sánchez, que vaya usted a saber si llegará a sobrevivir al señor Sánchez cuando a este se le acabe la potra y a una mayoría de españoles, la paciencia.

Para ponerla a prueba, hay que reconocer que todo lo relativo a la posible amnistía de los golpistas catalanes de octubre del 17 se lleva la palma. Por mucho que Sánchez insista en que a él solo le mueve el ansia de progreso y el anhelo de convivencia entre españoles (incluidos los que no tienen el menor interés en serlo), casi todos (salvo la mayoría de columnistas de El País) nos hemos dado cuenta de que el hombre solo piensa en sí mismo y en lo que más le conviene en cada momento para mantenerse en el poder (de cara a la galería, eso sí, asegura que él solo está aquí para pararle los pies al fascismo).

Y como ahora lo que más le conviene es lograr que Cocomocho y su pandilla se salgan de rositas y lo apoyen, pues se ha puesto a pensar en qué es terrorismo y qué no lo es, siguiendo instrucciones precisas del Hombre del Maletero, quien, no contento con que se le amnistíe, pretende (y está logrando) diseñar personalmente esa amnistía para que le resulte lo más beneficiosa posible. ¿Para qué suplicar el perdón de algo de lo que no te arrepientes cuando puedes redactar tú mismo los términos de la amnistía en cuestión, que más le vale al pringado de turno otorgarte si no quiere quedarse sin tu necesario apoyo?

Así hemos llegado a las actuales reflexiones metafísicas sobre lo que constituye un acto de terrorismo y lo que no. Los golpistas del 17 aseguran que lo suyo nunca fue terrorismo, aunque alguien (yo mismo, sin ir más lejos) pueda albergar ciertas dudas al respecto: si no son actos terroristas, los cortes de carreteras a cargo de los CDR o la ocupación del aeropuerto de Barcelona por la turba del Tsunami, yo diría que se les parecen mucho.

Lo mismo piensan algunos jueces, como ese señor que quiere imputar a Puigdemont y Rovira por terrorismo, pero que no esperen ninguna comprensión por parte del Gobierno, dado que este ha hecho suyas las tesis de los (ahora necesarios) golpistas y se ha lanzado ya a desacreditarlos porque todo lo que se interponga en los planes caudillistas de Sánchez es cosa del Anticristo y hay que eliminarlo.

Todo es de traca. Los representantes políticos del Estado se alían con los enemigos del Estado en contra de otro estamento fundamental de ese Estado, el judicial, donde meten la nariz constantemente, saltándose la separación de poderes, mientras aseguran que no hay que politizar la justicia (aunque no parece que les desagrade judicializar la política, si ello se adecúa a sus planes).

Los siete votos de Puchi son sagrados y para asegurárselos, Sánchez tiene que reírle todas las gracias a un infeliz que estaba en las últimas hasta que él vino a insuflarle la respiración asistida porque lo necesitaba para sus asuntos (conservar el sillón, parar al fascismo, contribuir a la convivencia, lo que ustedes quieran).

El último caprichito del Piojo Resucitado de Waterloo es que alejen de él cualquier sospecha de terrorismo, y eso incluye dejar sin su justo castigo las animaladas y momentos cafres de los CDR y los del Tsunami de marras. Y parece que hay que concederle el caprichito. De ahí que el sicofante en jefe, un tal Bolaños, vaya por ahí diciendo que lo del prusés no fue terrorismo, que terrorismo es lo de ETA, que duró décadas, y que lo del aeropuerto de Barcelona y las carreteras cortadas, pues mire usted, igual fue un exceso de patriotismo desencaminado, pero tampoco hay que juzgarlo con excesiva dureza…

Tenía razón Marx en lo de que la tragedia se repite como farsa. En ese sentido, el horror vasco llegó a Cataluña convertido en sainete. Pero en ese sainete también se rozó la tragedia (al turista francés infartado cuando la toma del aeropuerto no lo mataron los del Tsunami, pero tampoco contribuyeron a su buena salud precisamente) y se cometieron actos que, si no eran de terrorismo, según Bolaños, a muchos nos parece que sí lo fueron (o estuvieron a punto de serlo). Actos que merecen la investigación de un juez, aunque este se convierta en la némesis común del Estado y de los enemigos del Estado, unidos por la mutua conveniencia y lo de que el que venga atrás, que arree.

Todo parece indicar que en la España de Sánchez ni el Estado es una cuestión de Estado: aquí lo único que importa es lo que quiere y necesita el jefe.