Lo de los rebuznos antisistema fue una fase felizmente superada: Josep Miquel Arenas, alias Valtònyc, no lo ha dicho con estas palabras a su regreso triunfal, pero se le ha entendido perfectamente cuando ha asegurado que quien se dio el piro hace seis años era un crío que ahora es un hombre de treinta años que solo piensa aparecer por su Mallorca natal en contadas ocasiones, dado que ha encontrado un futuro en Bélgica como técnico informático, oficio de más postín que el de vender tomates en la parada de su difunta madre, que era con lo que se ganaba antes la vida entre rap y rap. Puede que sus recientes declaraciones –efectuadas con la tranquilidad que otorga saber que tus delitos han prescrito y la justicia ya no puede buscarte la ruina, aunque aún estés pendiente de un juicio a celebrar este mes- nos hayan confirmado la impresión de que el chaval no tiene muchas luces, pero es evidente que han sido suficientes para labrarse un futuro algo más prometedor que el de su compañero de lucha Pablo Hasel, quien, como decía la canción popularizada por los Clash, luchó contra la ley y la ley ganó.

Puede que Valtònyc y Hasel solo sean dos garrulos pretenciosos con un truño en la cabeza, donde los demás tenemos el cerebro, pero es obvio que el primero es algo más listo que el segundo (y no tan primario: nunca se le ha visto emprendiéndola a sopapos con nadie). Mientras Hasel plantaba cara gallardamente a la justicia y se atenía a las consecuencias, Valtònyc se fugaba a Bélgica y se convertía en el bufón de la corte de los milagros de Waterloo, donde parece que se ha hecho querer por los héroes de la república, cuyo líder espiritual, Carles Puigdemont, se convirtió en una especie de segundo padre para el rapero mallorquín, al que acompañó en parte de su trayecto de regreso a España (o a los Países Catalanes, según el punto de vista). Una vez en la frontera, se hizo cargo del muchacho otro personaje fundamental de la república que no existe, idiota, Vicent Partal, director del diario digital del régimen Vilaweb, quien ya lleva tiempo exhibiendo sus conocimientos de estrategia geopolítica en su sección La pissarreta de'n Partal - claro ejemplo de lo que viene siendo instruir deleitando- y de las artes del sablazo, como demuestra sus constantes intentos de reclutar suscriptores para su publicación con la excusa (falsa) de que Vilaweb no vive de los políticos, sino de los lectores, cuando todos sabemos que depende de las subvenciones con dinero público del gobiernillo lazi de turno (pese al inevitable trajín de la Operación Valtònyc, a Partal le ha quedado tiempo para eructar un tuit en el que dice que no son catalanes de verdad todos los que viven en Cataluña, pero quiero creer que las acusaciones de xenofobia que le han caído encima son injustas, pues seguro que la frase era solo una constatación en primera persona, ya que Partal es valenciano, no catalán).

De Salses a Guardamar y de Basté a Graset, Valtònyc ha sido recibido en loor de multitudes (¡casi treinta personas en Mallorca!), se ha mostrado más independentista que nunca (aunque había utilizado el castellano en alguno de sus primeros berridos transgresores), ha venido a decir que en Waterloo encontró el calor de una familia, se ha permitido leves críticas a Clara Ponsatí o Anna Gabriel por no hacerle partícipe de sus decisiones viajeras en sus respectivos momentos y se le ha visto imbuido de una auto importancia que, a semejanza de la de su benefactor, el Hombre del Maletero, suele ser indicativa del célebre síndrome del piojo resucitado (comprensible hasta cierto punto, dado el tratamiento de héroe que le ha otorgado el aparato de agit prop del lazismo).

En cualquier caso, lo que él llama exilio le ha sentado divinamente al rapero mallorquín reciclado en informático belga. Se ha convertido para Pablo Hasel en lo que era para el pato Donald su primo suertudo, Narciso Bello, y todo gracias a haberse fugado a tiempo y hallar refugio con una pandilla de cantamañanas patrióticos a los que se ganó zalameramente haciéndose pasar por uno de los suyos (hasta que se convirtió realmente en uno de ellos por la cuenta que le traía): puede que nuestro hombre sea un simplón, pero tonto del todo no lo es, y si se cansa de Bélgica y de la informática, siempre puede tener un futuro en la política catalana una vez hayan sido convenientemente amnistiados sus amigotes a cambio del sagrado sillón de Pedro Sánchez.

El crío antisistema es ya un hombre que piensa en el porvenir (y en medrar) mientras derrama lágrimas de cocodrilo por el tarugo de su amigo Pablo, que nadie sabe muy bien cuando saldrá del trullo porque le van cayendo nuevas condenas sin salir de la celda (para ir por ahí repartiendo estopa y dando vivas a Stalin, quizás mejor que se quede dónde está, ¿no?). De la misma manera que Pisarello es el peronista listo (ha llegado al Congreso) y Fachín, el peronista tonto (no pilla cacho por más que se ofrezca al lazismo para lo que haga falta), Valtònyc ha demostrado ante Hasel ser el rapero más espabilado de la resistencia antisistema.

Nuestro hombre vio una oportunidad para prosperar en la vida y no la dejó pasar, aunque tuviera dificultades para encontrar en Bélgica una sobrasada decente. Lo que él llama exilio (y los demás, huida) ha hecho de él todo un hombrecito: la ocasión la pintan calva, o en su caso, con una fregona en la cabeza.