El lazismo en pleno —del presidente de la Generalitat al columnista más deliberadamente obtuso de los digitales del régimen, pasando por TV3— se ha puesto de acuerdo para afirmar que la manifestación antiamnistía del domingo pasado en Barcelona fue un fracaso. 50.000 personas (según la Guardia Urbana) les parecen pocas, olvidando voluntariamente que a la contramanifestación no se presentaron ni 50 y, sobre todo, que los fastos de la conmemoración del 1 de octubre no consiguieron congregar ni a 5.000 entusiastas (siempre según la Guardia Urbana).

Aunque la mayoría de los reunidos en el paseo de Gràcia eran catalanes, la prensa oficial ha insistido en que casi todos venían de otras partes de España para dejar claro lo mucho que odian a Cataluña. Según los procesistas, la manifestación solo fue una muestra de odio, ese sentimiento tan feo que ellos no practican jamás, pues, como todo el mundo sabe, aman al planeta entero en general y a España en particular (lo de Puta Espanya, como es del dominio público, solo es un apelativo cariñoso carente de mala intención). Que hablen de odio quienes lo experimentan a diario y han hecho de él el centro de su ideario político tiene narices, pero funciona y lleva haciéndolo mucho tiempo, demasiado tal vez. Aunque más de la mitad de Cataluña esté en contra de la independencia del terruño, los lazis no se dan por aludidos y convierten voluntariamente la resistencia al nacionalismo con el odio a toda Cataluña, a la que solo ellos representan, siendo los demás unos pobres desgraciados que deberíamos mantenernos callados para no generar alarma social.

Yo mismo he comprobado cómo ha calado el concepto de que la única Cataluña real es la nacionalista cada vez que he tratado de explicarle a alguien, ya reprogramado por la propaganda del régimen, lo que fueron los orígenes de Ciutadans. No lo intenten, aunque se trate de un amigo o un familiar, aunque ustedes rondaran por allí y conocieran a sus fundadores, pues su oponente, gracias a su ciencia infusa, sabe que lo entendieron todo al revés. ¿Partido de centro izquierda?: esbirros derechistas de la patronal. ¿Partido antinacionalista?: partido anticatalán. Y así sucesivamente. Tras 40 años de gobiernillos separatistas (con la colaboración de los medios de agitación y propaganda del régimen), la idea se ha instalado en el subconsciente de muchos de nuestros conciudadanos: estar en contra de los separatistas es estar en contra de Cataluña y odiarla profundamente.

Como todas las sociedades, Cataluña es plural. Hay gente de derechas y gente de izquierdas. Hay gente que solo habla catalán o solo habla castellano, aunque la mayoría nos pasamos la vida cambiando de idioma 20 veces al día sin que nos salgan sarpullidos. Hay gente a favor de la independencia y hay gente en contra. Nadie representa en exclusiva a la genuina Cataluña, por mucho que insistan los lazis en que aquí los únicos catalanes de verdad son ellos, especialistas en inventarse el odio ajeno mientras consideran el propio una muestra de la libertad de expresión.

Las cosas no les van muy bien, aunque ahora se hayan venido arriba con las necesidades de Pedro Sánchez y sus adláteres para conservar sus sillones. El sector juvenil se les está dando de baja en masa, obligándoles a invertir dinero público (ese dinero, ya se sabe, que no es de nadie) en la promoción de raperos, influencers, youtubers y tiktokers que se expresen en catalán. Los indepes de aluvión se están aburriendo y dejan de acudir a las manifestaciones nacionalistas, como se pudo comprobar el famoso 1 de octubre. Pero los irreductibles siguen dando la chapa como si a la independencia solo le faltara un leve empujoncito para hacerse realidad, mientras suben el tono de sus ofensas hacia todos los que no comparten sus puntos de vista.

Y si es preciso, mienten. Dicen que 50.000 manifestantes son muy pocos. O que a todos les movía el odio a Cataluña (y no el asco hacia a ellos, o sí, ¡porque ellos son Cataluña!). O que España es Serbia. O que Cataluña entera exige un nuevo referéndum de autodeterminación. Y si cuela, cuela aunque quien denuncia el supuesto odio ajeno sea quien más pruebas da de experimentarlo a diario.