Entre las muchas observaciones despectivas sobre ciertos sujetos en particular y la humanidad en general que heredé de mi difunto padre (el coronel no hacía prisioneros y, parafraseando a García Márquez, se la soplaba no tener a nadie que le escribiera), destaca el concepto del piojo resucitado, que se aplica, aunque haya caído bastante en desuso, a esos individuos irrelevantes y/o molestos, carentes del menor interés humano, que un buen día, gracias a alguna afortunada circunstancia, devienen útiles o necesarios para alguien con mando en plaza, se vienen arriba, se ponen farrucos y se convierten en más insoportables de lo que ya eran. El apogeo suele durarles poco, pero mientras lo viven, lo disfrutan al máximo. Desde ese punto de vista, creo que Carles Puigdemont es el piojo resucitado del momento.

Recapitulemos: el hombre se moría de asco y soledad en Flandes, su decadente partido perdía votos a granel, en el Parlamento Europeo se le consideraba un grano en el culo del progreso y el raciocinio y se iba hundiendo en la irrelevancia a pasos agigantados. Pero, de repente, sus siete diputados en el Congreso se hicieron imprescindibles para que Pedro Sánchez (un hombre capaz de vender a su madre si alguien le hiciera una oferta razonable) pudiera seguir conduciendo a España por la senda del progreso y la concordia (según él) o mantenerse enganchado con Super Glue al sillón presidencial (según los que le despreciamos o los que lo detestan por su condición de arribista sin escrúpulos). Viéndose necesario para contribuir a la gobernabilidad del país al que odia sin tasa, Cocomocho vio la oportunidad de figurar y se agarró a ella cual náufrago a un pedazo de madera. De ahí su actitud perdonavidas ante la actitud sumisa del club de fans de Sánchez (antes conocido como Partido Socialista Obrero Español), que ha dado un paso de gigante con su último tuit, en el que se pone chulo (no sé a qué espera para sustituir el traje y la corbata por un chándal de rapero del Bronx y un colgante modelo bling bling y por empezar a usar expresiones del estilo ¡Que te meto con el mechero!) y viene a decir que aquí el que manda es él y que quien pide ayuda no tiene derecho a plantear exigencias de ningún tipo. ¿Para eso enviamos a Yoli Sonrisas a reírle las gracias con actitud servil y genuflexa? ¡Un poquito de educación, Cocomocho, que igual de aquí a unos días vuelves a no ser nadie!

También es verdad que por en medio se ha producido la condena a cuatro años y medio de talego (recurrible) al exconsejero Buch, el que le puso a un mosso d'esquadra en Waterloo –pagado, claro está, con dinero público, que ya se sabe que no es de nadie— para que le hiciera de guardaespaldas (a ese le han caído cuatro años por meterse donde no le llamaban, también recurribles). Ya se sabe que en la república catalana soñada por Cocomocho, la separación de poderes era una antigualla y Montesquieu, un enemigo de la democracia fetén, pero en España aún rige, de momento, así que un Gobierno en funciones puede tratarse con delincuentes mientras los jueces insisten en enviarlos a pasar una temporada a la sombra. La cosa le sentó tan mal a Puchi que tuiteó lo de que España es un país moralmente putrefacto desde el principio, o algo parecido. Como reacción a esa obsoleta separación de poderes que pasaría a la historia en su país soñado, el hombre elevó el tono de sus groserías de chulángano de barriada, hasta llegar a ese tuit en el que le recuerda al PSOE que, como dicen los anglosajones, beggars can't be choosers (los pedigüeños no pueden elegir).

Si Cocomocho actúa como lo hace es porque Sánchez lo anima con su respiración asistida. Hay que salvar el sillón cómo sea, aunque sea ciscándose en la dignidad de todo un país, obligándole a disfrutar de un Gobierno que nacería moralmente muerto, cosa que a nuestro presidente en funciones le trae sin cuidado. De repente, cosas imposibles de conseguir, se solucionan en un santiamén. ¿Que no se podía hablar catalán en el Congreso? Pues ya se puede, de un día para otro. ¿Que hay que lograr lo mismo en el Parlamento Europeo? Ahora mismo, don Cocomocho, aunque tengan que pagarlo todos los españoles y la broma se nos ponga en 40 millones de euros al año: lo importante es satisfacer a unos supremacistas caprichosos a los que no les da la gana hablar un idioma que conocen, aunque sea de forma aproximativa. ¿Amnistía para los zumbados del 1 de octubre? Hablémoslo, pero dentro de la Constitución, aunque resulte de todo punto imposible: ¡yo a lo mío y salga el sol por Antequera!

Estamos comprobando cómo es posible que dos sujetos indignos y moralmente despreciables se entiendan bien entre ellos. Cada uno va exclusivamente a lo suyo y pondrán especial empeño en pillar cacho. A los demás, que nos zurzan. Si se subleva la vieja guardia del PSOE, se la califica de pandilla de yayos que chochean o se les pone de patitas en la calle, en la mejor tradición estalinista (véase el caso de Joaquín Leguina o el mucho más grave de Nicolás Redondo Terreros). Si se indigna un sector considerable de la sociedad española, se la tilda de facha y de enemiga de la convivencia y santas pascuas.

Y, mientras tanto, el piojo resucitado de Waterloo vive uno de sus escasos momentos de gloria. Que lo disfrute, ya que nadie sabe lo que le va a durar antes de volver al aburrimiento y la irrelevancia en los que transcurre su vida de prófugo de la justicia al que se le ha ido la olla hace tiempo.