Mientras toda España se debate entre darle la razón a Jenni Hermoso o a Luis Rubiales, en Cataluña tenemos a un sujeto que ha encontrado la solución al enigma del beso robado: la culpa de la situación la tiene la jugadora por aceptar jugar con la selección española de fútbol. Así pues, la cosa no está entre si Rubiales es un gañán que se vino arriba cual simio en permanente estado de celo o si Hermoso es una víctima de la violencia de género, sino a la simple pertenencia de ambos a una institución española. La culpa de este sindiós sería, lógicamente, del carácter español, ese pueblo, ya se sabe, despreciable. El responsable de esta perla del pensamiento contemporáneo es Josep Lluís Alay, poseedor de la jeta más desagradable de todo el procesismo (en reñida competición con Agustí Colomines) y jefe de gabinete de Carles Puigdemont, cargo por el que se levanta anualmente una pasta gansa tan discutible como la de Rubiales. O más: el calvo sobrado, por lo menos, dirige una entidad real, la Real Federación Española de Fútbol, mientras que el agrio Alay es el segundo de a bordo de alguien que no es absolutamente nadie, por muchos aires de estadista exiliado que se dé. Alay, evidentemente, vive en una realidad paralela. Y, si me lo permiten, también para lo que podríamos calificar de lelos.

Lo mismo le ocurre a su jefe, quien estos días se prepara para proceder a la reestructuración de su fantasmal Consejo de la República, entelequia inventada por él mismo en Waterloo y que, a efectos prácticos, ni es nada ni sirve para nada. El hombre lo anuncia a bombo y platillo desde su realidad paralela (y para lelos) y la prensa se hace eco como si se tratara de la decisión de un presidente de verdad, cuando solo se trata de un fugitivo de la justicia que, como la Blanche Dubois de Un tranvía llamado deseo, depende de la amabilidad de los extraños (ahí están Pedro Sánchez para echarle una mano por la cuenta que le trae y el PSOE para cederle escaños en vistas a formar en el Congreso el grupo propio que las urnas le negaron). Evidentemente, lo de Cocomocho es de psiquiatra, y creo que la sociedad no contribuye a su curación al facilitarle que siga creyendo que es lo que no es: darles la razón a los locos nunca ha llevado a ninguna parte razonable. Mientras algunos de nuestros mandamases políticos sigan mostrándole que le necesitan para conservar sus sillones o encaramarse a ellos, el paciente seguirá instalado en su realidad paralela, que tendrá un brusco final cuando nadie lo necesite para nada y acabe en el talego o en una institución mental.

Pero en el peculiar mundo del independentismo, no son solo Puchi y su fiel Alay los que viven en una realidad alternativa. Les ocurre lo mismo a los principales representantes de los partidos separatistas y a esas pandillas de liantes que se supone que representan a la sociedad civil. Ante la detención de cuatro gamberros patrióticos (ya puestos en libertad, por razones que se me escapan) que arrojaron chinchetas al paso de La Vuelta Ciclista a España, Junts, ERC, la CUP, la ANC y Òmnium Cultural han puesto el grito en el cielo por lo que consideran un atentado intolerable a la libertad de expresión. ¿Libertad de expresión? Perdonen, libertad de expresión sería colocarse a lo largo de la carrera ciclista con pancartas en contra de que La Vuelta a España pasase por Cataluña. Arrojar chinchetas al suelo para que los corredores pinchen y se partan la crisma no es libertad de expresión, es simple gamberrismo. Y lo que pretendían hacer posteriormente los majaderos de las chinchetas era mucho peor: echar litros de aceite al paso del convoy, lo que habría provocado caídas a mansalva, roturas de piernas y brazos, lesiones de espaldas y, tal vez, la muerte de algún ciclista desafortunado que cayera de la peor manera posible. Lo del aceite supera la condición de gamberrismo y se parece mucho, si no lo es, a un acto terrorista: nada que ver con la libertad de expresión.

Los que todavía estamos, más o menos, en nuestros cabales flipamos con la visión del mundo que tienen los procesistas: un delincuente con delirios de grandeza es el genuino presidente de la Cataluña catalana, su principal adlátere considera que integrarse en una asociación deportiva española es buscarse la ruina, partidos políticos legales consideran que poner en peligro la vida de unos ciclistas puede enmarcarse en el derecho a la libertad de expresión. Y a esta caterva de anormales les cedemos escaños en el Congreso y les pedimos el voto para llegar a presidir el país que ellos están empeñados en destruir… Como se dice en estos casos, poco nos pasa.