A veces tiene uno la impresión de que nos pasamos la vida votando y que cada cuatro días celebramos la Gran Fiesta de la Democracia (¿no les entran ganas de sopapear con la mano abierta a cualquiera que utilice esa expresión? A mí sí). Salimos de las municipales (y autonómicas en algunas comunidades) y ya ha venido Pedro Sánchez a decirnos que, en julio, otra vez a las urnas, que para que lo pongan de vuelta y media de aquí a diciembre, más vale aligerar el trámite y que sea lo que Dios quiera (bueno, eso último no lo ha dicho, pero yo diría que se le entiende todo). Si las últimas elecciones le hubiesen salido mejor, lo más probable es que hubiera aguantado hasta fin de año, ya que lo de convocar al pueblo español cuando está a punto de que le caiga la presidencia de turno de la Unión Europea no parece lo más oportuno para los intereses del país (aunque si tenemos en cuenta que, para Sánchez, dichos intereses siempre están ligeramente por debajo de los suyos, igual no hay por qué extrañarse de nada: tonto no es, y él o sus asesores habrán llegado a la conclusión de que más vale adelantar las elecciones, no fueran a ponerse aún peor las cosas de aquí a diciembre).
Curiosamente, al que peor le viene la fecha elegida por Sánchez es a su némesis oficial, Alberto Núñez Feijóo, líder del PP y fan de Bruce Sprinter (¿no sabíais que el Boss corre que se las pela, ignorantes?). El hombre no ve la hora de ser califa en el lugar del califa, pero cuando se le presenta la ocasión de conseguirlo, animado por sus brillantes resultados en municipales y autonómicas, le entra el miedo escénico o vaya usted a saber qué y acusa al aún presidente de ser un cagaprisas que raya en la provocación (puede que tuviera ya redactada una lista de asuntos con los que amargarle la vida de aquí a diciembre). En cualquier caso, la derecha está crecida en España y todo parece indicar que se nos vienen encima cuatro años de Gobierno del PP, solo o en compañía de Vox, cosa que hace que los progresistas multipliquen sus muestras de temor y desagrado y llamen a la unidad de la izquierda para cerrarle el paso a la derechona.
Hay, incluso, quien se lamenta de la supuesta burricie de sus conciudadanos, que se han equivocado al votar lo que han votado, lo cual me lleva a la triste evidencia de que, en estas situaciones, la reacción de la izquierda puede ser tan penosa como la de la derecha. Y me vienen a la cabeza las reflexiones políticas de mi difunto padre, que no era más de derechas porque no se entrenaba lo suficiente: cuando ganaba el PP, me decía: “Hijo mío, el pueblo es sabio”; pero cuando ganaba el PSOE: “Hijo mío, la gente es imbécil”. Muchos de nuestros supuestos progresistas reaccionan de la misma manera, lo cual, a mí me resulta ligeramente preocupante. ¿No deberían, tal vez, preguntarse por los motivos que han llevado a tantas personas a inclinarse por las derechas en las elecciones municipales y autonómicas? ¿No se les ocurre pensar que, a lo mejor, hay mucha gente que no ve claro lo de gestionar los asuntos de Estado con los enemigos del Estado, o la ley trans y otras ocurrencias de Podemos, o los indultos a los jefecillos del prusés, o la manera que tiene Sánchez de ir por la vida en general y por la vida política en particular?
De manera inevitable, se ha puesto en marcha el viejo truco de asustar a la población con lo que, en teoría, se le viene encima. O sea, que ya estamos de nuevo con lo de “¡Que viene la derecha!”, un truco que antes solía funcionar, pero que últimamente empieza a resultar cansino, repetitivo y como de tomar a la gente por tonta. La derecha, ciertamente, se ha crecido en España, pero lo mismo ha ocurrido en Estados Unidos y en el resto de Europa. Estamos ante un fenómeno cíclico que, en nuestro país, se ve azuzado por la ineptitud y el oportunismo de la izquierda (hasta el punto de que me consta que hay gente que ha pasado de votar a Podemos a hacerlo por Vox, que ahora les parece lo más antisistema que hay: yo no lo acabo de entender muy bien, pero recuerdo que ya en Francia se produjo un notable trasvase de votos del PC que tanto hizo por cargarse Georges Marchais al Front National de la adorable familia Le Pen).
En la actual situación, mi lema es: “¡Que no cunda el pánico!”. No tenemos que votar a gente que no nos gusta para evitar que gane otra gente que tampoco nos gusta. Me aplico el cuento y pienso seriamente en la abstención. Si no soporto a Sánchez, como es el caso, pero me parece que la alternativa de derechas es, citando al coronel Kurtz de Apocalypse Now, “el horror, el horror…”, ¿qué puedo hacer cuando llegue el momento de votar? Ya estoy hecho a apostar no por quien mejor me cae, sino por el que menos asco me da (lo acabo de hacer en las municipales de mi ciudad, Barcelona), pero me estoy empezando a cansar y creo, como Alfonso Guerra, que el PSOE, a lo largo de los años de oposición que, al parecer, se le vienen encima, igual encuentra a un candidato más decente que el señor Sánchez, cuya praxis política puede resumirse en la vieja expresión “Primero yo, luego yo y después yo”.
Prácticamente desaparecidos en combate Podemos y Ciudadanos, volvemos al bipartidismo de toda la vida, a los tories contra el Labour en versión castiza. Quítate tú pa´ ponerme yo, que decía Celia Cruz. Ni España ha sido una dictadura comunista durante los años de Sánchez ni será un Estado fascista durante los de Feijóo: como decían Siniestro Total, ante todo, mucha calma. Afortunadamente, estamos vigilados desde Bruselas, aquí nadie mueve un dedo antes de ver qué opina de lo que sea Ursula von der Leyen y es poco probable que las huestes de Abascal desfilen en pantalón corto por la Castellana o la Diagonal entonando el hit de procedencia germánica Yo tenía un camarada.
Así pues, ruego a los partidos de izquierda que se abstengan de darme la tabarra con lo de que viene la derecha. Sí, gracias, ya me he dado cuenta y no me causa la menor alegría, pero tampoco consigo que me parezca una tragedia perder de vista al actual Gobierno de coalición, aunque tengo corazón y, por consiguiente, sufro por el futuro de Pam, que igual acaba peleándose con su jefa por la plaza en el Caprabo que esta ha tenido que volver a solicitar tras perder el cargo obtenido de forma tan feminista gracias al dedazo de su maridito.
¿Que viene la derecha? Pues que venga y que haga lo de costumbre: intentar tomar medidas carcas mientras sus representantes más siniestros se dedican al latrocinio con excusa patriótica. Estoy convencido de que, antes de cuatro años, el PP habrá metido la pata hasta el fondo, como suele, y el PSOE, si ha hecho los deberes, podrá entonar el Ritorna vincitore. Lo dicho: lo nuestro se convierte definitivamente en una versión local de la pugna entre los tories y el Labour y no hay por qué rasgarse las vestiduras, ni entrar en depresión ni odiar a tus compatriotas. Lo que ves es lo que hay.