El famoso consejo del cineasta John Ford –“Entre la realidad y la leyenda, imprime la leyenda”— acaba de ser seguido al pie de la letra por el Ayuntamiento de La Pobla de Segur, cuyo alcalde, de ERC, se sacó de la manga un referéndum para ver si le podían quitar la calle que le habían puesto a Josep Borrell y sustituir su nombre por el de 1 de octubre (en homenaje, claro está, a la charlotada de 2017 protagonizada por el fugado Puigdemont y el beato Junqueras). Parece que el señor alcalde se ha salido con la suya y, aunque el referéndum no era vinculante y la participación popular ha sido mínima, el paseo Josep Borrell se va a convertir en el paseo del 1 de octubre. Lo dicho: entre la realidad y la leyenda, imprime la leyenda.
Así, a bote pronto, no se me ocurre ningún personaje nacido en La Pobla de Segur que haya destacado tanto, en el ámbito nacional e internacional, como el señor Borrell, pero este plantea al lazismo un problema ideológico, pues se ha distinguido a lo largo de toda su carrera por tomarse a pitorreo las aspiraciones de los indepes, quienes lo consideran un traidor, un españolazo y un botifler. Así pues, vamos a quitarle la calle que le pusimos hace un tiempo en su pueblo y a rebautizarla como 1 de octubre. Es decir, al carajo con la realidad (Borrell ha destacado mucho y bastante bien en lo suyo) y bienvenida sea la leyenda (lo del 1 de octubre fue un hecho histórico de una importancia capital, aunque luego todo el funcionariado procesista se sometiera a la aplicación del 155 sin chistar ni poner el más mínimo problema a los enviados especiales del Estado opresor). Estamos, pues, ante otro de esos actos idiotas –“numeritos”, los llama Alejandro Fernández, del PP catalán— que no sirven de nada, pero tampoco ponen a sus impulsores en peligro de tener que acabar dando explicaciones a un juez.
Difícilmente puede definirse la consulta de La Pobla de Segur como un éxito del lazismo. Solo se tomó la molestia de ir a votar por el posible cambio de nombre del paseo Josep Borrell una décima parte de la población, señal de que al resto se la soplaba bastante la iniciativa del alcalde de ERC. De ese 10% de voto popular, el 78% se manifestó a favor del cambio de nombre (unas 250 personas aceptaban encantadas la propuesta, mientras 64 se manifestaban en contra), lo cual considera el alcalde de ERC que le permite sustituir al alto comisario de la Unión Europea por una entelequia que acabó con medio gobiernillo en el talego y su principal responsable dándose a la fuga en el maletero de un coche: “¡Imprime la leyenda!”.
Intuyo que entre el 90% de habitantes de La Pobla de Segur que no fue a votar había de todo: los que les daba lo mismo el nombre del paseo de marras, los que ya les parecía bien que estuviese dedicado al conciudadano más famoso de la historia, pero no tenían ganas de participar en otra pérdida de tiempo más del procesismo, los que se olvidaron de ir a votar o nunca se enteraron de esa iniciativa y, en definitiva, gente práctica que opta por mantenerse lo más alejada posible de las propuestas groseras, pero inofensivas, del lazismo.
En cuanto al afectado por el cambio de nombre de su paseo, no se le ve demasiado molesto ante la salida de pata de banco del alcalde de ERC. Teniendo en cuenta que solo se deja ver por su pueblo en verano, para participar en el célebre show acuático de los raiers, pues el resto del año ejerce de mandamás europeo, no creo que se sienta particularmente ofendido y/o interpelado. Si algún día el PSC se hace con la alcaldía de su pueblo, le devolverán la calle y santas pascuas. Y si no se la devuelven, tampoco pasa nada, pues si lo del cambio de nombre es una sobreactuación del actual alcalde, lo de dedicarle un paseo a Borrell también lo fue de un anterior munícipe, ya que, a la gente, en España, se le suele dedicar calles y plazas cuando lleva un tiempo muerta.
Han bastado 250 votos en un pueblo de más de 2.000 habitantes para dejar a Borrell compuesto y sin calle. ¡Otro triunfo del independentismo! Y una muestra de que el señor alcalde no debe tener gran cosa que hacer cuando pierde el tiempo (el suyo y el de sus administrados) imprimiendo la leyenda.