En Cataluña (¡tierra de acogida!), cuando se produce alguna salvajada de origen islámico, lo primero que hacen las autoridades --antes, incluso, de condenar el atentado-- es urgir a la población a no incurrir en el vicio nefando de la islamofobia. Con los célebres atentados en Barcelona y Cambrils de hace cinco años, el lazismo en el poder fue un poco más allá e hizo correr la sospecha de que el Gobierno español podría estar tras la catástrofe a través del CNI y un imán que ejercía de confidente, con la intención de darle un escarmiento al régimen y a sus referéndums. Solo les faltó decir que al volante de la furgoneta que atropelló a un montón de gente en la Rambla iba la princesa Leonor, con Mariano Rajoy en el asiento del copiloto.
En unas recientes declaraciones a La Vanguardia, Josep Lluís Trapero ha desmentido claramente tan malintencionadas insinuaciones y ha dicho que la colaboración del CNI fue ejemplar en todo momento. Se lo agradecemos mucho, pero hubiésemos preferido que se mostrara tan tajante cuando estaba al mando de la policía autonómica y volvió a ponerse de perfil, como ya había hecho cuando el referéndum de marras, en el que los Mossos d'Esquadra no jugaron un papel excesivamente lucido. ¿Por qué lo dice ahora? Probablemente, porque ya no tiene nada que perder y porque para lo que le queda en el convento, etcétera. Trapero pasó de héroe de la república a traidor y vendido cuando dijo en su juicio que habría estado dispuesto a detener a Puigdemont y su pandilla si un juez se lo hubiese ordenado. En ese momento, el lazismo le perdió el respeto y la confianza y, aunque luego lo reintegró a su cargo, no tardó en apartarlo de él para enviarlo a una comisaría de barrio a calentar una silla. Dentro de todo, salió bastante bien parado del fregado del motín, gracias a que no se pudo probar gran cosa de su actitud cuando la charlotada de Puchi y a la eficaz labor de su abogada, Olga Tubau, pese a la falta de profesionalidad que demostró cuando se echó a llorar en pleno juzgado por el posible destino fatal de su defendido.
Primero, Trapero tuvo problemas con la ley española. Luego, los tuvo con sus superiores políticos catalanes. Yo creo que tardó un poco en darse cuenta de que había metido la pata al no respetar la jerarquía (no reparó en que la ley española está por encima de la procesista) y que, cuando se percató de ello, dio marcha atrás y trató de contentar a todo el mundo, algo francamente difícil en la tesitura en que se encontraba. Dicen quienes le conocen que Trapero es un buen policía al que le pierde la ambición. Cuando el referéndum, le dio por medrar sin darse cuenta de que sus jefes tenían muy poco futuro, y en cuanto se dio cuenta de ella decidió enmendarse. Yo diría que ya no le queda mucha ambición, que se considera el personaje más trágico de todo el disparate independentista (con razón) y que se le han quitado las ganas de medrar, entre otros motivos porque es imposible mientras los lazis estén en el gobiernillo. De ahí que ahora, por fin, diga exactamente lo que piensa, lo cual le honra, pero llega un poco tarde: se hubiese agradecido su sinceridad cuando el lazismo fomentaba en sus medios de intoxicación (principalmente TV3) la teoría de que los perversos españoles andaban detrás de la matanza de la Rambla.
La carrera policial del señor Trapero está en un punto muy bajo y es posible que todo haya empezado a importarle un pepino. Pero se dejó querer y adular cuando le convenía y recuperó la cordura cuando también le vino bien. Con su entrevista en La Vanguardia ha clavado otro clavo en su ataúd, por más que sus declaraciones resulten de agradecer. Entre la posible detención de Puchi y esto, no sé cuál será su futuro en la policía catalana, pero no se adivina muy glorioso. Bienvenida sea su sinceridad en diferido, pero se habría agradecido más que hubiera mantenido la actitud adecuada en su momento, cuando se le ponía de ejemplo de una región capaz de actuar como un estado, y no ahora, convertido ya, muy a su pesar, en el caballero de la triste figura.