Pese al follón en el que anda metido a causa de su mal carácter, Francesc de Dalmases sigue aportando ideas brillantes para la inminente república catalana. La última ha consistido en proponer un cambio de nombre para la barcelonesa plaza de Espanya (que él llama Escanya, con esa gracia que Dios les ha dado a los convergentes). Según él, la plaza en cuestión debería llevar el nombre de la difunta Núria Feliu. Unos días antes, en un digital del régimen, el cineasta lazi Ventura Pons proponía sustituir la plaza de Tetuán por la de Muriel Casals. Puede que la república tarde un poco en llegar, pero, como podemos ver, los hay que ya se preparan para el nuevo callejero barcelonés. Evidentemente, ni a Dalmases ni a Pons se les pasa por la cabecita que pueda haber gente en esta ciudad que no soportaba a Muriel Casals o que se hundía en una depresión profunda al escuchar los trinos de Núria Feliu. Para ellos, lo que debe hacerse es lo que ellos consideran justo y necesario. Y si alguien les llama la atención, se le llama facha y españolista y a otra cosa, mariposa.
La verdad es que no se ve al señor Dalmases muy preocupado por el expediente que le va a abrir el partido para esclarecer su, en apariencia, bochornosa actuación en TV3. Y no es de extrañar, pues la encargada del asunto es Magda Oranich, personaje muy en la línea del casi eterno síndic de greuges: exmiembro de la gauche caviar reciclada (o jubilada) en lo que queda de Convergència. En suma, otra voz de su amo que, seguramente, va a encontrar todo tipo de razones para exculpar a Dalmases de sus intempestivos brotes de histeria patriótica. Y tras su nombramiento se adivina la sombra de Jordi Turull (hasta hace poco miembro del célebre trío cómico Rull, Turull & Tururull), que es quien está ahora al mando del chiringuito convergente y que comparte con Laura Borràs la presidencia del club de fans de Puchi. Si lo que el partido buscaba era a alguien que le diera la estocada final, es indudable que han acertado de pleno con Turull, un tipo que no aprendió nada en el talego y que sigue convencido de que la independencia del terruño está al caer.
Después del correctivo del 155, la más elemental prudencia aconsejaba atenerse a unos objetivos más razonables. Es lo que ha hecho ERC a través de Oriol Junqueras y Pere Aragonès (el primero ha insinuado claramente que hay que deshacerse cuanto antes de Borràs y su fiel secuaz del tupé). De cara a la galería, ERC sigue hablando de la independencia como algo factible, pero de puertas adentro no se lo cree nadie. De ahí las mesas de diálogo con el Gobierno español y su chantaje permanente a este para pillar lo que se pueda. Esa era, por otra parte, la práctica habitual de la Convergència de Pujol, ahora heredada por los republicanos. En un curioso cambio de roles, ERC se ha convertido en la convergencia vintage y lo que queda del mundo convergente ha mutado en una especie de CUP trajeada y encorbatada (siguiendo las instrucciones del presidente más legítimo de todos los que es fan i desfan, el inefable Carles Puigdemont). Ahora, el peix al cove es para ERC y las quimeras absurdas para los posconvergentes. La supervivencia de estos pasaría por la rápida desaparición de Borràs y Dalmases, que daría una impresión de honestidad tal vez falsa, pero más o menos resultona. En vez de eso, directo hacia el abismo, Turull los defiende a ambos, declara su solidaridad absoluta con la Geganta del Pi y le encarga el expediente de Dalmases a una buena chica del régimen a la que se le han perdonado hace tiempo sus pecadillos comunistas de juventud. Y, por supuesto, nada de acudir a la mesa de diálogo con los españoles, que ya se sabe que de esos no se puede esperar nada bueno.
Aunque le ha costado un poco, ERC ha acabado aclimatándose a la realidad, pero a los posconvergentes de Turull no hay manera de extraerlos del mundo irreal en el que viven. ERC no sacará gran cosa de la reunión en Madrid, pero podrá dar un poco la chapa con lo de la reforma del delito de sedición: con eso se conforman. Turull ha optado por el todo o nada. Y si hemos de hacer caso a las encuestas electorales, todo parece indicar que va a acabar en la nada.