Pintan bastos para el consejero Gonzàlez-Cambray y sus planes para pasarse por el arco de triunfo las instrucciones del TSJC para que se aplique de una vez lo del 25% de clases en castellano en las escuelas de Cataluña. Pese a su actitud deliberadamente arrogante y su intención de ir demorando la cosa y echar pelotas fuera a ver si la justicia se olvida de él, el TSJC insiste en que obedezca. Y lo acabará haciendo si no quiere añadir más problemas a los que ya tiene con la comunidad educativa, a la que lleva cierto tiempo sacando de quicio con sus ocurrencias.
Para acabarle de complicar las cosas, el tribunal ha dejado fuera de la discusión a Òmnium Cultural y a la Plataforma per la Llengua, aunque nuestro hombre sigue maquinando un manual de instrucciones para los profesores en lo referente a controlar en qué idioma se comunican los tiernos infantes. Por el contrario, los de Hablamos Español han sido admitidos en el fregado. A falta de algo más contundente que hacer, el lazismo se está especializando en trifulcas demagógicas y en lo que viene siendo liar la troca hasta que el adversario se canse y le deje por imposible. No lo está logrando en ninguno de los frentes que tiene abiertos.
Si los lazis gustan de ponerse farrucos es porque cuentan con un aliado a su pesar, el Gobierno español que preside Pedro Sánchez y que depende de ellos para mantener el statu quo político, pan para hoy y hambre para mañana, como ha empezado e verse en Andalucía, y una actitud que acabará volviéndose en contra del Arribista de la Moncloa, alguien que se cree que es lícito recurrir a los enemigos del Estado para controlar el Estado; pero la vieja jaculatoria "o nosotros o el fascismo" ya no funciona: el país está lleno de gente de derechas y de izquierdas que ya no puede más con el chantaje permanente de partidos como ERC o Bildu, que no es que España les de igual, sino que la detestan. Así es como alguien como Juanma Moreno Bonilla, cuya principal seña de identidad es no haber hecho nada, ni para bien ni para mal, durante su primer mandato, se ha llevado el gato el agua, ¡y sin tener que recurrir a los de Vox, que ya pueden devolver el vestido de flamenca de Macarena Olona a ver si recuperan unos euros!
Evidentemente, la actitud del TSJC nos será presentada por el lazismo como otra muestra de la judicialización de la política, pero esa judicialización resulta inevitable cuando el Gobierno de la nación no cumple con sus obligaciones y se dedica a mirar hacia otro lado por su probada afición a lo del pan para hoy y el hambre para mañana. Si se ha tenido que llegar a imponer un 25% de clases en castellano es por algo. Concretamente, por la intención (nunca confesada) del lazismo de eliminar por completo la lengua española del sistema educativo catalán. Un proyecto, por cierto, con el que les ha salido el tiro por la culata, ya que además de intolerantes son de una ineptitud inverosímil: contaban con ir fabricando indepes a porrillo con cada nueva generación y solo han logrado que el uso del catalán retroceda de manera alarmante entre los menores de veinte años. ¡Enhorabuena por la inmersión y que condecoren al que tuvo tan brillante idea!
A falta de actitudes que les pongan en peligro de acabar entre rejas, los lazis al mando han optado por resistencias de boquilla, fingidas indignaciones y versiones aproximadas y pusilánimes del muy castellano sostenella y no enmendalla. ¿Y todo para qué? Para nada. Y con unas excusas que no hay quien se las trague, como que el 25% de castellano es letal para el catalán o que se empieza por el 25% y luego vendrá el 50% o el 75%, hasta llegar a la aniquilación idiomática (supuestamente) ansiada por la totalidad de los españoles. Esas son las patrañas favoritas de políticos, lingüistas y diversas asociaciones consagradas al odio a España bajo la apariencia del amor a Cataluña.
Ha llegado la hora de pringar y obedecer. Que es lo que acabará haciendo el lazismo para ahorrarse problemas mayores. Desde la aplicación del 155 --y ante la imposibilidad manifiesta de que nadie se juegue nada porque todos viven muy bien bajo el yugo español--, el procesismo agonizante, que ya empieza a oler, solo se puede permitir falsas desobediencias y no menos falsas resistencias. Los indepes harían bien reconociendo que han perdido (no contra España, sino contra más de la mitad de la población catalana) y aplicando las leyes sin rechistar ni hacer pucheritos ni recurrir al victimismo. Aunque también es verdad que entonces dejarían de ser quienes son: unos patéticos revolucionarios burgueses que no están dispuestos a hacer absolutamente nada para alcanzar aquello que teóricamente anhelan. Es decir, un colectivo eminentemente ridículo.